Este comerciante de telas inglés no poseía ningún conocimiento científico, pero sí una gran curiosidad que le llevaba a examinar todo los que podía, a través de un sencillo microscopio que él mismo construyó.
Con sus observaciones concluyó que los microorganismos eran muy diversos, abundantes y que estaban por todas partes, incluso en el interior del ser humano.
«¿Qué pasaría si se le dijera a la gente, en el futuro, que en la capa que recubre los dientes de la boca de un hombre hay más animales vivos que personas en todo un reino?»
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