«Cuesta trabajo creer que en pocas horas empezará la invasión a través del canal. Me siento muy inquieto ante esta operación. En el mejor de los casos el resultado quedará muy, muy lejos de las expectativas de la mayor parte de la gente, esto es, de aquellos que no tienen ni idea de las dificultades que entraña. En el peor de los casos quizá acabe siendo el desastre más espantoso de toda la guerra».
Alan Brooke, mariscal de campo británico, 5 de junio de 1944
Se ha escrito mucho sobre el Día D, el desembarco más famoso de la Historia. La Operación Overlord ha cautivado a lectores de narrativa histórica de todos los pelajes y colores. El cine nos ha mostrado su cara más cruda como, por ejemplo, en Salvar al soldado Ryan (1998) de Steven Spielberg. Se han publicado infinidad de libros y artículos sobre el tema. Y ahora, en este 2009, nos llega El Día D. La batalla de Normandía, de Antony Beevor(Crítica), un libro con voluntad de ser referente y que, sin duda alguna, lo será.
Ya en 1959 se publicó un libro que, en su tiempo, quedó fijado en el imaginario colectivo, El día más largo, que dio pie a la película del mismo nombre de 1962. En 1982, John Keegan publicó un estudio con más fuentes y que durante los últimos 25 años se ha convertido en una obra de referencia: Six Armies in Normandy (traducción española, Seis ejércitos en Normandía. Del Día D a la liberación de París, Ariel, 2008). Poco después, Max Hastings publicó Overlord, otro libro esencial. En 1995, Stephen Ambrose, biógrafo «oficial» de Dwight IkeEisenhower, publicó D-Day, June 6, 1944: The Climactic Battle of World War II(traducción española, El Día D. La batalla culminante de la Segunda Guerra Mundial, Salvat, 2002/Inédita, 2009). Resumiendo títulos, que hay más, el lector medio podía preguntarse si había algo más que contar acerca del Día D. Y desde luego lo hay.
No creo que a estas alturas deba presentar al autor, Antony Beevor (véase suweb de diseño imposible o, para el lector en español, la relación de libros publicados por Crítica. Decir, nada más, que Beevor se ha convertido ya en un referente con sus libros sobre Stalingrado, Berlín. La caída: 1945 o La guerra civil española, combinando erudición, dinamismo, agilidad y amenidad en sus libros. Personalmente, siempre me ha gustado eso de Beevor: consigue que una disertación bélica no se convierta en un farragoso rollo.
El Día D de Beevor no es un libro que se centre exclusivamente en el desembarco, a diferencia de la monografía de Ambrose, por ejemplo. No se dedica a los preparativos ni hace un estudio pormenorizado y al máximo detalle de los desembarcos en las diversas playas –de oeste a este, Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword–; a partir de la página 190 (y el texto tiene 650), el libro va más allá: a grandes rasgos, se disecciona la conquista de Normandía y el camino hacia París, los acontecimientos que se desarrollan entre el 6 de junio y el 25 de agosto de 1944. Ni más ni menos. De este modo, una vez aseguradas las cabezas de playa, seguimos a los ejércitos norteamericano y británico-canadiense; los primeros, hacia Saint-Lô, la conquista de la península de Cotentin y el camino hacia Bretaña; los segundos, hacia Caen, Falaise y el camino a París. Un París que Eisenhower tenía pensado pasar de largo, para dirigirse a la frontera alemana. Pero los acontecimientos fueron cambiando, semana a semana, en función de los resultados militares, y la apuesta por París –la carrera que Patton y Montgomery, con los franceses de De Gaulle y Leclerc uniéndose casi al final– fue ganando enteros a partir de mediados de agosto.
Uno se podría preguntar: «pero esto, ¿no lo explicó ya Keegan hace tiempo?». La siguiente pregunta que nos planeamos muchos en consecuencia es «¿por qué, entonces, otro libro sobre el Día D?». Una primera respuesta a ambas preguntas podría ser, en boca del propio Beevor, que el Día D fue «una liberación que no fue feliz». Y yendo más allá, tal y como se publicó en una entrevista en el suplementoBabelia de El País el pasado sábado 5 de septiembre:
«Tenemos que enfrentarnos a la terrible paradoja de que una democracia en una guerra puede llegar a matar a muchos civiles, porque la presión de la prensa y el Parlamento en casa para reducir las bajas puede forzar a los comandantes a utilizar mayor potencia en los bombardeos. Y eso es lo que sucedió en Francia. Churchill estaba muy preocupado por este tema porque decía que los franceses les iban a odiar y trataba de convencer a los responsables de los ataques aéreos para que intentasen mantener bajo el número de víctimas, que llegaron a ser 15.000 antes de la invasión. Y durante la batalla subieron más todavía. No sé cómo van a reaccionar los lectores estadounidenses ante el dato de que en el Día D murieron muchos más civiles franceses que soldados británicos y estadounidenses. Debo decir que a mí me chocó porque todos tenemos mitificado el Día D, pero cuando uno descubre las víctimas de la batalla de Normandía es terrible. Eso no minusvalora la valentía de los soldados o la importancia de la batalla. Se montó un escándalo porque utilicé la palabra crimen de guerra para describir el bombardeo de Caen y hay que ser muy cuidadoso con esta expresión, lo que dije es que estaba cerca del crimen de guerra. Pero lo que es cierto es que el bombardeo no consiguió nada y fue estúpido desde el punto de vista militar porque si quieres capturar una ciudad rápidamente no deberías destrozarla. Y sólo hubo bajas entre los civiles.»
Esta es una de las primeras reflexiones y conclusiones a las que se llega tras la lectura del libro. Beevor, además, nos responde a la pregunta acerca de por qué otro libro sobre el Día D con el hecho de que se ofrecen nueva documentación, nuevos materiales de archivo (por ejemplo, los archivos del Memorial de Caén; una documentación a la que ni Keegan ni Hastings tuvieron acceso hace 25 años. Como el propio Beevor afirma en la entrevista citada, «escribo historia de una forma completamente diferente de Max [Hastings], estoy más interesado en entender cómo era el combate desde la mirada de los soldados que en describir la batalla desde un punto de vista estratégico. Otro de mis objetivos era explicar por qué Normandía es diferente de lo que la gente suele pensar». Uno podría aducir que ya Ambrose hizo un uso extensivo de la «mirada de los soldados», con sus entrevistas a soldados estadounidenses.
Pero, lo cierto es que en su libro Beevor va más allá. No esconde las ejecuciones brutales de soldados alemanes, prisioneros de guerra; no elude matanzas durante y después del desembarco, así como los bombardeos de ciudades, donde los civiles franceses pagaron, en mayor medida, las consecuencias. Caen fue bombardeada a conciencia y con consciencia: en agosto de 1944 apenas quedaban en pie 8.000 casas en una ciudad que tenía más de 60.000 habitantes antes del desembarco. Tras la contraofensiva alemana en Mortain (6-12 de agosto), «el centro de la población era apenas un montón de ruinas, entre las cuales sólo quedaban en pie algunas paredes y chimeneas. La mayor parte de aquella destrucción se había producido el día antes de la liberación. De modo casi increíble, el jefe del Estado Mayor de la 30ª División dijo: “Quiero que Mortain sea arrasada… Demoledlo todo durante la noche, quemadlo todo para que no quede nada vivo”. Esta inocente población francesa había sido destruida en un terrible ataque de rencor» (p. 528). Hasta ahora, la imagen que se nos había quedado en la retina era la de las barbaridades alemanas, que se produjeron con repugnante repetición.
Los civiles fueron la principal víctima como consecuencia de las diversas operaciones de los aliados y los alemanes. En las ciudades los bombardeos eran constantes e indiscriminados y en el campo las granjas eran saqueadas y sus habitantes obligados a una rápida evacuación. «Recuerdo una escena conmovedora que nos emocionó a todos», evocaba un oficial de un batallón químico estadounidense, «pasó por delante de nuestra posición una familia que llevaba el cuerpo de un niño tendido encima de una puerta. No sabíamos cómo había muerto. El dolor pintado en los rostros de aquella familia inocente nos afectó a todos e hizo que nos emocionáramos por los habitantes de la comarca y lo que debían de estar pasando» (p. 369): Sin embargo, esta emoción no impidió que a lo largo de los meses de junio, julio y agosto las directrices de Eisenhower, Bradley, Montgomery y Tedder fueran las de avanzar a pesar y en contra de todo. Aunque, desde el avance de una columna de la 3ª División Acorazada llegando a Avranches (la puerta de Bretaña), Ernest Hemingway escribiera a su futura esposa Mary Welsh, hablándole de la «vida muy alegre y divertida [que llevaba], llena de muertos, botines de alemanes, un sinfín de tiros, un sinfín de peleas, setos, pequeñas colinas, caminos polvorientos, paisajes verdes, campos de trigo, vacas muertas, caballos muertos, tanques, cañones de 88 mm, Kraftwagen, y chicos americanos muertos» (p. 470).
El sufrimiento de los civiles franceses estaba contemplado por los capitostes aliados, aunque no previeron un alcance tan extenso: «El cruel martirio de Normandía había servido efectivamente para salvar al resto de Francia. No obstante, el debate sobre el excesivo número de víctimas de los bombardeos y la artillería de los aliados está condenado a seguir vivo. En total perecieron 19.890 civiles en Francia durante la liberación de Normandía, y el número de heridos graves fue mucho mayor. A estas cifras hay que añadir los 15.000 muertos y los 19.000 heridos de los primeros meses de 1944, durante el bombardeo preparatorio de la Operación Overlord. Los 70.000 civiles muertos en Francia por la acción de los aliados en el curso de la guerra son motivo de honda reflexión, y más si tenemos en cuenta que esta cifra excede el número total de víctimas británicas a causa de los bombardeos alemanes» (pp. 649-650). Y no sólo los bombardeos: «sólo en el departamento de Calvados, 76.000 personas habían perdido sus casas y prácticamente todas sus pertenencias. El saqueo y daño innecesario llevados a cabo por los soldados aliados sólo vinieron a añadir más amargura en el mar de fuertes emociones mezcladas que muchos sintieron con la llegada de la liberación. Algunos murmuraban que habían recibido mejor trato de los alemanes» (p. 650)
La «batalla de Normandía» fue feroz para los civiles franceses, pero también para los combatientes. Y, en palabras de Beevor, «a pesar de los irónicos comentarios de la propaganda soviética […] fue sin duda comparable a la librada en el frente oriental. Durante los tres meses de aquel verano, la Wehermacht sufrió casi 240.000 bajas y perdió otros 200.000 hombres que cayeron en manos de los aliados. El XXI Grupo de Ejército de británicos, canadienses y polacos tuvo 83.045 bajas, y los americanos, 125.847. Además, las fuerzas aéreas aliadas perdieron a 16.714 hombres entre muertos y desaparecidos» (p. 653). ¿Dónde está la gloria, se preguntará más de uno?
Los enfrentamientos en el seno de los dos rivales en liza también son elocuentemente mostrados en el libro. Entre los alemanes, la disparidad entre la irrealidad de Hitler, que apenas veía más allá de sus mapas en el Berghof bávaro o en la «Guarida delLobo» en Prusia Oriental, y los suplicantes mensajes de Von Rustendt, Rommel o Von Kluge, que veían que el teatro de operaciones en Normandía se hundía irremediablemente. Entre los aliados, la paciencia infinita de un Eisenhower frente al ego desmedido y los fracasos de Montgomery, la excesiva prudencia de Bradley y, cómo no, el componente dartagnesco de Patton; recién llegado a Francia el 4 de julio, Patton dirigió una arenga a sus soldados con su inefable estilo: «Me siento orgulloso de estar aquí para luchar a vuestro lado. Ahora, cortémosles los huevos a esos alemanes y vámonos a Berlín de una puta vez. Y cuando lleguemos a Berlín, yo mismo voy a pegar un tiro a ese empapelador hijo de puta, como si fuera una serpientes» (p. 357). Como dice el propio Beevor, «Patton y Eusenhower no podían ser más distintos, desde luego».
Beevor no ahorra críticas contra Montgomery, responsable del primer fracaso en tomar Caen, del llamado «Monte Calvario» y de la Operación Totalize en la bolsa de Falaise. Las disputas con los comandantes británicos (y con algunos británicos) fueron feroces y constantes. Su egocentrismo y su equiparación a Marlborough y Wellington, posiblemente sin tanto talento militar como estos dos, era ridículo, según Beevor. «Él solo prácticamente había conseguido en Normandía que la mayoría de los altos oficiales americanos se convirtieran en antibritánicos en el momento preciso en el que el poder de Gran Bretaña caía en picado. Así pues, su comportamiento constituyó un desastre diplomático de primera magnitud» (pp. 653-654). Tampoco debemos olvidar las diferencias con De Gaulle y los dirigentes de la Francia Libre. De sobrases conocida la inquina de Roosevelt contra De Gaulle, cuyo autoproclamado Gobierno Provisional dio órdenes de que no fuera reconocido mientras durase la guerra. A ello añadimos que, una vez liberada París, De Gaulle menospreció públicamente la inmensa ayuda de los aliados para que se produjera tal liberación; algo que incluso en este 2009, el presidente francés Sarkozy ha dejado patente en los festejos del 65º aniversario de la liberación de la capital gala.
Por todos estos motivos, y muchos más (que dejo a la lectura atenta de los interesados en el tema), el libro de Beevor se convierte en un libro de referencia obligada. Añadamos la prosa dinámica del autor, con ese estilo tan particular, logrando que el devenir de las diversas operaciones militares no se convierta en una carrera llena de obstáculos para el lector. El libro se acompaña de numerosos y necesarios mapas. Se echa de menos, para aquellos que no somos especialistas en historia militar, un cuadro con la estructura de los ejércitos (véase también enCuristoria). El propio Beevor remite a su web para una tabla de equivalencia de rangos entre los diversos ejércitos en liza. Pero, como crítica importante, se echa en falta un prólogo. Beevor empieza el libro prácticamente con el desembarco, pero no ofrece al lector unas páginas de por qué se ha dedicado, en este 2009, a publicar un libro sobre el Día D. Indirectamente y en otros medios, como ya he comentado antes, se encuentran pistas acerca de qué ofrece de nuevo este libro, pero no en el propio libro. Un prólogo de tal calibre creo que habría redondeado aún más un libro cuya recomendación es obligatoria.