Por D. Fernando Magallanes Mato.
» Ya ha hecho un año desde que empecé a estudiar la lengua de Ovidio y, curiosamente y para mi sorpresa, no solamente he tenido que enfrentarme a las complejidades de su sintaxis, sino también a las constantes preguntas de mis compañeros sobre la utilidad de este idioma. ¿Para qué sirve el latín? ¿No dejó de hablarse hace cientos de años? ¿Acaso lo usas en tu vida cotidiana? Por ello, mi propósito al escribir este artículo es contestar a las mencionadas preguntas, explicar por qué las lenguas clásicas pueden ser de las asignaturas más útiles aunque estén muertas y enterradas.
La cultura europea se fundamenta en Grecia y Roma. Efectivamente, fueron estas dos civilizaciones las que pusieron los primeros cimientos de lo que somos en la actualidad. Disciplinas que van desde el derecho a la filosofía, pasando por la literatura y la física surgieron en el seno de las culturas clásicas. La ingeniería, la arquitectura o las ciencias políticas no se habrían podido desarrollar de no ser por las obras de Arquímedes o de Platón. Por ello conviene adentrarse en el estudio de sus lenguas maternas; de esta forma, se podrá alcanzar una mejor comprensión de sus ideas y pensamiento.
Por otro lado, no debemos olvidar que la lengua de Cervantes no es sino uno de los múltiples dialectos del latín. No es posible llegar a profundizar en el estudio del español sin conocer su origen. Es más, hay que tener en cuenta la ingente cantidad de latinismos que se usan a diario en los textos formales y, a veces, hasta en los informales. Si verdaderamente los detractores de esta maravillosa lengua tienen razón, ¿por qué escritores y periodistas usan expresiones como in fraganti, ex aequo o ídem con tanta asiduidad? ¿por qué en el siglo XXI Barack Obama escribió en el escudo electoral su lema en latín? ¿De verdad puede uno considerarse culto e instruido si no entiende enunciados como: «el niño se quedó in albis haciendo el examen», «le traeré el informe ipso facto» o «es necesario encontrar una solución ad hoc»? A la mente me viene el gran filósofo latino (nacido en Córdoba) Séneca, que en una ocasión dijo: «no aprendemos para la escuela, sino para la vida». No es necesario, pues, tener la intención de estudiar filología clásica para elegir latín en el bachillerato. Tomando como base a Séneca, estudiar este idioma servirá para toda nuestra vida y el poso que nos deja el latín permanecerá siempre, ayudándonos a dominar cada vez más nuestra lengua y a ir creando un vasto bagaje cultural que siempre nos acompañará y que nos será de enorme utilidad en incontables ocasiones.
Para entender el presente y poder avanzar hacia el futuro es condición sine qua non (y ahí va otro latinismo) conocer el pasado. Por este motivo estudiamos historia. Con el latín pasa lo mismo. De hecho, el latín tiene una realización práctica muy importante y es que facilita el estudio de otras lenguas (lo cual ha sido demostrado decenas de veces por especialistas en el tema). Por otro lado, las palabras y locuciones latinas se manejan continuamente en áreas del conocimiento como la medicina o el derecho (por nombrar algunas). En Rusia, verbigracia (otro latinismo más), los estudiantes de medicina tienen que estudiar latín como asignatura obligatoria y en Alemania o los Países Bajos casi todos los que cursan el bachillerato conocen las declinaciones y la conjugación de sum al dedillo.
El latín ya no se habla, es una lengua muerta. No obstante, es una lengua madre que ha seguido siendo usada a lo largo de los siglos por personajes tan insignes como Erasmo, Descartes, Newton o Marx. El latín se ha convertido en una lengua eterna que ha sido estudiada durante dos mil años y que así seguirá mientras existan personas ansiosas por saber de dónde viene su cultura. Mi meta al redactar este pequeño artículo era concienciar al lector de la importancia que hoy conserva esta lengua; él decidirá si la he alcanzado o no.
Posside sapientiam, quia auro melior est.
(Poseer sabiduría es mejor que poseer oro) .»
Fuente: Letralibre.es.