«…Se puede comenzar a formular un proyecto didáctico, en el caso en que se tenga bien clara delante de uno la meta a la que se quiere llegar al término del proceso. Esta meta está condicionada naturalmente por la cuestión fundamental relativa a la utilidad de la disciplina cuyo estudio se emprende, o, mejor aún, a por qué se debe estudiar una determinada materia. En el caso del latín se ha abierto una vexata quaestio que ha visto poner sobre la mesa las justificaciones más inverosímiles. Otras, tritae opiniones son aquellas que quieren que el latín sea un ejercicio de lógica, una gimnasia mental, que mejora la comprensión del propio idioma, de la gramática, facilita el aprendizaje de las lenguas romances, surte de conocimientos históricos, contribuye a la adquisición de métodos y principios, es imprescindible para leer los tesoros de la literatura clásica, que es la base de nuestra civilización. El argumento es aquel que consideraría al latín un instrumento único para el refuerzo de las capacidades lógicas, cuando no sólo otras lenguas modernas –el alemán, por ejemplo– podría surtir el mismo efecto, sino que, en el caso de que fuera ésta la finalidad de su enseñanza, se podrían sustituir las horas de latín con horas de lógica formal o de lógica matemática.
Más convincente nos parece la argumentación de quienes sostienen que, no teniendo ninguna finalidad práctica, el latín enseña a los muchachos el valor del otium entendido a la manera clásica como scholé, o sea como estudio que posee en sí mismo los motivos de pervivencia, sin estar subordinado a una ulterior finalidad pragmático-utilitarista. Pero incluso en este caso, si alguien dijera que el latín «no sirve para nada, se le podría preguntar, con elegancia, ¿Entonces para qué estudiar?…»
Fuente: Luigi Miraglia.