Podría tratarse de un equipo de Médicos sin Fronteras preparándose para tomar «al asalto» un pueblo liberiano en el que se han detectado casos de ébola. O quizás de los colonos del primer asentamiento humano en Marte. Pero no, el paisaje traiciona. Es el acceso principal de visitantes a las cuevas de Altamira. La llamada «capilla sixtina» del arte paleolítico ha vuelto a abrir sus puertas al turismo, pero a solo cinco personas diarias, que con la compañía de dos guías y vestidos de esta guisa, tienen el privilegio (tras riguroso sorteo) de acceder al interior. Los no agraciados deben conformarse con la réplica (otra cueva copia idéntica de la original, creada a base de tecnología punta).
Por cierto, que no lo he dicho. A diferencia de los trajes que se usan en las epidemias o los de los vuelos espaciales, esta vestimenta no tiene por objeto el aislamiento individual, sino la protección de las pinturas rupestres de la contaminación humana (que no es lo mismo).
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