Solo el valiente
El título del gran western que protagonizó el insigne Gregory Peck nos sirve para encabezar la crónica de un partido (3º contra 4ºA), que los dioses no querían que se jugara. (dos aplazamientos por la lluvia y gotitas de negros nubarrones que amenazaban con un tercero).
Los pequeños se presentaron casi al completo, nueve, mientras que sus rivales a duras penas consiguieron completar los cuatro exigidos por el reglamento de la competición. Dicen los estudiosos de la madre naturaleza que para que la fruta caiga del árbol solo hay que esperar que madure. Y estuvo claro que solo un equipo llegó al último cuarto a toda máquina. Y fue el único que había sobre el campo, porque, a fuer de ser sincero, debo decir que los de 4º fueron una «banda» (que no se me ofenda nadie, traduzco: grupo poco serio de amiguetes). Y la culpa no la tuvieron ellos (a pesar de su sano deseo de pasárselo bien), sino ese montón de traidores que tienen por compañeros y que decidieron no presentarse al partido. Sin exámenes a la vista, lo que pasó fue incomprensible.
Hablemos de baloncesto pues. Porque también se podría hablar de los esfuerzos improbos que el Sr. anotador, Carlos Masía, tuvo que hacer para que el encuentro comenzara en las debidas condiciones. Hasta tres veces tuvio que cambiarse de camiseta para prestarla a algún jugador despistado, con el subsiguiente peligro para su salud. Es de agradecer su generosidad.
Los tres primeros períodos fueron un verdadero partido, es decir, igualado en el marcador. 11-10 al descanso para los mayores, 21-18 para sus enemigos tras el tercero. Muchos anotando en los de Alberto Sebastián y Daniel Delgado resistiendo enfrente. Pero según avanzaba el partido la inercia favorecía a los pequeños, que, con un carrusel de cambios enloquecedor, hacían desfilar a sus innumerables legiones en la paciente tarea de desgastar al enemigo. Ya hubo detalles, en el tiempo narrado, que hacían presagiar que la fruta no tardaría en caer. No solo que el gran capitán comenzó a flaquear físicamente (bajaba a defender uno de cada tres ataques), sino la «fuga» de Iván Herranz (su esforzado compañero) y la furia depredadora con que Adrián Fernández se jugaba cada balón. Buen augurio para 3º fue el extraordinario triple de Gonzalo Casado (contestado de inmediato por el Sr. Delgado, en una muestra de orgullo torero que no fue sino un postrer canto de sirena).
El último período comenzaba, ya con Paula Ramos en pista (un loable gesto del capitán rival permitió su alineación en el equipo de los mayores), con los de 3º a tope de revoluciones, atacando sin piedad el fortín rival. En esta labor sobresalió sobremanera el ya citado Adrián, aunque no le anduvieron muy a la zaga los señores Riesgo y Flores, muy acertados también cara al aro (como antes lo había estado el Sr. Morillas). Sin embargo, lo más impresionante, en esos momentos, mientras la lógica se imponía y las canastas caían una tras otra, fue la sangre, el sudor y las lágrimas con que resistió, con las magras fuerzas que le quedaban, Alejandro Fernández. Su lucha solitaria (la táctica deseperada de un Daniel agotado consistía en quedarse de «palomero» esperando el pase de su pivot), a veces contra cuatro enemigos, fue un monumento al coraje y a la nobleza en el deporte. Lo más fácil en esos momentos hubiera sido abandonar el barco y salir huyendo (es decir, pasar de todo y no cansarse más). Pero siguió dando la cara y luchando hasta que sonó el pitido final. Solo el valiente.
El resultado final, 24-37 para los de 3º muestra quizás una diferencia excesiva para lo que ocurrió en el campo.
Los ganadores jugaron así:
Alberto Sebastián, con su potencia habitual, muy seguro al llevar el balón y con pases siempre buenos, se atrevió incluso a driblar en ocasiones. No tuvo fortuna en los pocos tiros que intentó. En defensa estuvo como siempre, batallador.
Adrián Reina cumplió como los mejores. Muy correcto en la conducción del balón, jugó con su inteligencia habitual y se nota que va adquiriendo la confianza y la rapidez que le faltaban. Seleccionó bien el tiro y, aunque no tuvo mucha fortuna, metió su canastita.
Francisco Tielas estuvo algo más contenido que en otras ocasiones, pero le cuesta mucho controlarse cuando tiene el balón en sus manos (solo tiene ojos para la canasta). Metió una bonita cesta, pero destacó más por su aguerrida defensa, a veces teniendo que lidiar incluso contra el crack rival.
Ángel Riesgo, general en jefe-coordinador de los cambios, acertó en la labor de conseguir que los suyos llegasen frescos y lozanos a los momentos culminantes. En el campo, defendió más que correctamente a Daniel (tiene grandes fundamentos en esa faceta del juego) y en ataque estuvo estupendo, con ocho valiosos puntos.
Iván Morillas, fue el duro y eficaz jugador de siempre. Colaboró mucho en el rebote, estuvo listo en el pase de balón (suyas fueron unas cuantas asistencias) y acertó con el aro enemigo (un par de bonitas canastas).
Hugo Flores, inteligente siempre, sabe poner la nota de tranquilidad cuando los suyos lo necesitan. Subió su rendimiento en los momentos finales, con seis puntos gracias a su fino y estiloso tiro (dos canastas en el último cuarto).
Pedro Sánchez aportó velocidad y firmeza defensiva. Muy seguro en el pase, colaboró en la subida y el movimiento de balón. Aunque en ataque no tuvo premio en forma de canastas, fue pieza importante en la sorda labor de agotar a los rivales.
Gonzalo Marcos defendió lo suyo y utilizó bien sus excelentes fundamentos para subir y hacer circular la pelota. Cinco puntos en ataque fueron su aportación anotadora, valiosísima, sobre todo si tenemos en cuenta el triple que, en el tercer cuarto, marcó el punto de inflexión en el partido.
Adrián Fernández fue la estrella que necesitaba su equipo. Sus trece puntos (diez en la segunda mitad, seis de ellos en el último período), sus asistencias, su infatigable labor reboteadora (Alejandro y Daniel se las vieron y se las desearon para hacerle frente) y la fiereza con la que afrontó los momentos finales le convirtieron en el MVP del partido, en mi opinión. Grande Adrián.
Los de 4ºA jugaron así:
Jean Carlos Bobadilla no tuvo mucha fortuna. Fue uno de los más damnificados por las ausencias, pues no era fácil, siendo cuatro, encontrar hueco en ataque. Estuvo bien en el pase, y también en defensa y reboteando. No acertó con el tiro, que intentó siempre a larga distancia y con regular selección. Aún con todo ello, lo peor que tuvo fueron sus compañeros, que no pararon de regañarle, haciéndole culpable de los «melones» que le lanzaban y hasta de los balones que le tiraban al pié.
Iván Herranz fue un gran defensor y excelente colaborador, tanto en el rebote como en la circulación de balón, mientras estuvo. Su ausencia coincidió con el cansancio de sus compañeros, que comenzaron a hundirse desde que se fue.
Paula Ramos jugó lo que pudo, que fue bastante. Luchó y corrió lo indecible, y a punto estuvo de meter alguna canastita. Sabe jugar y puede ser un buen elemento en este equipo, tan necesitado de ánimo y espíritu competitivo, que a ella le sobran.
Daniel Delgado jugó a lo suyo, que ya se sabía lo que era. Tirar del carro en ataque y colaborar en el rebote. Hizo lo primero de manera excelente, mientras pudo, con sus habituales canastas de fantasía, sus entradas y sus contraataques tras robos de balón. Pero las fuerzas le abandonaron, y su labor de palomero, en los momentos finales, fue escasa oposición al vigor ofensivo de los enemigos.
De Alejandro Fernández ya he hablado. Su potencia reboteadora no encontró rival (solo Adrián le discutió ahí), y sería siempre un factor desequilibrante (descargando de esa labor a Daniel). Es decir: yo no salto, coges tú los rebotes, pero te prometo que voy a aguantar hasta el final y que bajo a defender (o sea, lo que no pasó). Resistió y resistió. Y aguantó impertérrito (solo leves reproches) y deportivamente el tiqui-taca al que fue sometido por las hordas rivales. Bravo y heroico Alejandro.