Es un hecho que los efectos del accidente de la central nuclear de Chernobyl fueron catastróficos para la flora y la fauna autóctonas, pero lo que ahora han revelado estudios de huellas, conteo de animales desde helicópteros e imágenes grabadas con cámaras-trampa constituye un auténtico escándalo: la constatación de que la vida animal y vegetal, desde que en abril de 1986 se estableció una zona de exclusión de 30 kilómetros de diámetro (unos 4.200 km²), ha proliferado de manera desmesurada. Sí, es cierto que se encontraron, años ha, extraños individuos de algunas especies con malformaciones, pero ahora se acaba de demostrar allí la presencia de jabalíes, alces, corzos, lobos, linces, nutrias, visones americanos, águilas de cola blanca, e incluso osos pardos (eliminados por el hombre hace 100 años). Es impresionante descubrir ahora que los gigantescos tamaños de los peces en los ríos de la zona (fenómeno que se achacó a la radiación), no son sino el efecto producido por nuestra ausencia: los pobres seres acuáticos alcanzan al fin su verdadero tamaño. También se ha detectado un aumento significativo de la masa forestal y de la superficie de bosques. Ya no hay caza, ni pesca, ni agricultura, ni explotación de bosques (¡el hombre ha muerto, viva la naturaleza!)
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