«El corazón tiene razones que la razón no entiende». Con esa famosa frase, el filósofo y físico francés Blaise Pascal abrió la caja de los truenos (en el siglo XVII) sobre la difícil, a veces tormentosa, relación entre las emociones y la inteligencia. La segunda mitad del siglo XX fue la de las filosofías orientales y el último tercio vivió el auge de los libros de autoayuda. En 1995, Daniel Goleman dio el bombazo con la publicación de su «Inteligencia emocional» y, desde ese momento, el asunto se ha convertido en protagonista de la Psicología de nuestros días. Solo quedaba aplicar la materia a la educación y convertirla en asignatura. Lo que hacen en Canarias (ver artículo adjunto) no es más que la avanzadilla de una propuesta que ha llegado para triunfar. Y se anuncia que este tema va a crear menos polémica (o menos indiferencia, al menos), que otras pequeñas «revoluciones» pendientes (¿el ajedrez?). Desde luego, los aparentes beneficios son muy potentes. El tratamiento de las causas del acoso o la disminución del abandono escolar son solo los más visibles.
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