Cuando Jean Marie Auel publicó, en 1980, «El Clan del Oso Cavernario», la polémica estaba servida. Bebé hembra sappiens adoptado por una tribu neandertal. Los antropólogos veteranos clamaron al cielo, porque lo que entonces era pura lógica, estaba sin probar (y por lo tanto, era una especulación anticientífica). La convivencia pacífica entre neandertales y homo sapiens era una entelequia, y no digamos ya el hecho de las relaciones entre ellos hubieran dado lugar a descendencia. Estaba probado que, durante miles de años, ambas especies habían coincidido en la Tierra, incluso en zonas cercanas, pero todas las hipótesis apuntaban a una victoria «manu militari» de los segundos o a una extinción de los primeros por la mayor resistencia genética, ante los cambios ambientales, de los sapiens. La serie de novelas fue un bombazo de ventas, e incluso una película (1986, Daryl Hannah en el papel de Ayla, la protagonista) ilustró el fenómeno.
Nacido en 1955 en Estocolmo, el especialista en Antropología Evolutiva, una especialidad científica que prácticamente ha inventado él, es el responsable del departamento de Genética del prestigioso Instituto Max Plank. El Nobel de Medicina le ha sido concedido por “sus descubrimientos sobre el genoma de homínidos extintos y la evolución humana”. No contento con descifrar el ADN de los hombres de neandertal, es el descubridor de una nueva especie de homínidos (los denisovanos) y el culpable de las investigaciones genéticas que certifican que tenemos un pasado híbrido (incluso, muy híbrido). Merecidísimo el premio, enhorabuena pues, eminencia.
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