Las protocélulas

Imagen de las protocélulas del experimento

Como buen aficionado a la ciencia ficción, estoy enganchado a «The Expanse», la estupenda serie de Prime Vídeo. El eje central de la trama (lo que los cinéfilos llamamos el «macguffin») es la existencia de la denominada «protomolécula», un arma de destrucción masiva que puede cambiar el destino del universo.

La similitud terminológica no es el único punto de contacto entre el «novelón» televisivo y el experimento que nos ocupa. Algún científico habla ya de la posibilidad de encontrar esas «protocélulas» en otros planetas.

Pero vayamos por partes. Desde hace muchos años se ha convertido en habitual, entre los químicos más bien, pero también entre los biólogos, el término «caldo primordial», que define a una mezcla de agua, nitrógeno, metano y amoniaco que, sometida a descargas eléctricas, produce nucleótidos esenciales para la formación de las proteínas (Stanley Miller, 1953).

Hasta ahí, todo bien. Pero el tema ahora ha cambiado, y de manera exponencial. En San Sebastián, un equipo liderado por el geólogo español Juan Manuel García Ruiz (Sevilla, 71 años), en el que ha colaborado su colega alemán Christian Jenewein, ha localizado, reeditando el experimento de Miller (cambiando solo, al parecer, el material del recipiente original, que era de vidrio, por el teflón) unas estructuras, como vesículas (ver imagen de arriba)), que encierran los elementos fundamentales.

Pero nos surgen las dudas (que también tienen, por cierto, los autores del estudio): ¿Se pueden considerar seres vivos a esos ladrillos? ¿Son solamente productos químicos? ¿Dónde estaría el límite, es decir, cuál sería el origen de la vida?

Los creacionistas hablarían de los límites entre lo divino y lo humano. Los científicos argumentan ahora que las diferencias entre la vida y la «no vida» es cada vez más imprecisa. Los seres vivos son células, pero la química que las origina, que da lugar a la aparición de los aminoácidos no es vida (al menos, no todavía).

¿Es arriesgado denominarlas «protocélulas»? Pues hombre, teniendo en cuenta que el británico Robert Hooke ha pasado a la historia de la ciencia como el «descubridor de las células» (por identificar, en 1665, lo que no eran sino celdas que habían encerrado células) , bien se puede hablar en esos novedoso términos sin temor a que la posteridad nos excomulgue.

Y, por supuesto, la connotación del potencial destructor de la ficticia «protomolécula», queda descartada. Y fuera películas. De momento, je, je.

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