Se llama Bettina Maidment, y ella solita ha impulsado un movimiento, el «Plastic Free Hackney», que ha arrasado entre sus convecinos y convecinas del barrio londinense de Hackney, de tal modo que ha cundido el ejemplo y nadie allí usa (ni, por tanto, elimina) recipientes ni envases de plástico. Iniciativas así son las que estamos necesitando, y de manera urgente.
Muñecos, cables, tubos, restos de electrodomésticos… Un espectáculo increíble
Podría ser el escenario de una película de terror, si no fuera mucho peor, porque se trata de realidad, no de ficción. Desde hace tiempo, las organizaciones ecologistas (GreenPeace, sin ir más lejos) vienen denunciando que el mar Mediterráneo se ha convertido en un tremendo vertedero. Ahora, investigadores italianos han localizado y fotografiado, gracias a robots submarinos (con algunas imágenes verdaderamente espectaculares), una inmensa zona en el estrecho de Messina donde va a parar, por obra y gracia de los seres humanos (y la colaboración de las corrientes marinas) una cantidad ingente de residuos de la más variada calaña. El reportaje, si se me permite la broma, no tiene desperdicio.
De momento no serviría ni para implantárselo a un feto, si tal cirugía fuese posible, porque es tan pequeñín que cabe, con frasco y todo, en la palma de la mano, pero todo se andará. La impresión 3D ha demostrado ya con creces sus aplicaciones prácticas. A su relación con la arquitectura ya le dediqué una entrada (ver «¡Imprímame una casa, por favor, señor arquitecto!» del 17/10/2015), pero los campos de la ciencia (y del arte) donde puede ser de utilidad son innumerables. Desde luego, decir que es la máquina del futuro (¡y no los móviles!) no es muy descabellado.
En cuanto a los trasplantes, qué se puede decir… Que el uso de los corazones artificiales o de los de cerdo para tratar dolencias graves tiene los días contados. Que incluso dejarán de trasplantarse corazones humanos (y otros órganos, sin duda), porque la donación no será necesaria, al tratarse de órganos creados a partir de células del propio paciente. Y que las empresas farmacéuticas están temblando, pues lon inmunosupresores (medicamentos que evitan el rechazo) no serán ya necesarios.
Stephen Hawking murió hace apenas un año, y no pudo ver la maravilla de las maravillas, la foto por la que más de un papparazzi hubiera matado, la imagen del objeto (o mejor dicho, del «no objeto») más buscado por la ciencia (en dura pugna con el bosón de Higgs)… Que un telescopio solo no hubiera podido tomarla, pues eso parece. Que no es exactamente así la cosa esa, pues ciertamente. Que es difícil comprender entonces de qué se trata la imagen en cuestión, pues qué os voy a decir, a mí también me cuesta. Pero no me digáis que no es gratificante ver el entusiasmo y la pasión con los que los astrónomos y los periodistas especializados intentan explicar lo ocurrido, que no es ni de cerca la foto de un agujero negro. Ahí lo dejo…
Joy Milne, el prodigio escocés que tiene revolucionados a los neurólogos
El olfato, en la especie humana, tiene los días contados. En una época en la que ya no nos es esencial para nuestra supervivencia, el «patito feo» de nuestros sentidos es citado como cualidad solo a efectos simbólicos y metafóricos. Tiene buen olfato un hábil detective (by exemple, Gerónimo Stilton, o Sherlock Holmes, o Sherlock Jack). A la policia con poderío se le presupone un sabueso auxiliar (los perros son la destreza olfativa por antonomasia). Si nos referimos a la llamada «hiperestesia olfativa», habrá que citar a Jean-Baptiste Grenouille, protagonista de la truculenta «El Perfume». Y si aludimos al olfato médico para el diagnóstico, es ineludible nombrar a «House», pues el inefable Shaun Murphy (The Good Doctor) tiene más memoria (fotográfica) que olfato.
La enfermera retirada Joy Milmer tiene olfato, pero dirigido solamente (eso sí, con una puntería infalible) a reconocer la presncia de la enfermedad de Parkinson. Su extraordinario caso merece que os recomiende los dos artículos que he seleccionado a continuación.
Los errores innatos del metabolismo, la gran asignatura pendiente de la Medicina actual
El ejemplo lo dieron, ya hace más de treinta años, Augusto y Michaela Odone, al descubrir y conseguir aplicar con éxito, a su hijo Lorenso, el remedio para una enfermedad, hasta esos días, incurable, la ALD o adrenoleucodistrofia (una enfermedad desmielinizante). El asunto fue llevado al cine en 1992 por George Miller (¡si, si, el mismo de la primera peli de «Mad Max»!), en un sobresaliente y emotivo film titulado «El aceite de la vida«.
En una repetición de la misma historia, con un «argumento» también terrible y dramático, la familia de José Julián Martínez, afectado por una enfermedad que, literalmente, impide a las mitocondrias funcionar (el déficit de tirosinasa quinasa 2), ha estado casi los 31 años de su vida luchando contra unas estructuras médicas que prestan caso omiso a las enfermedades raras. Y han conseguido el milagro de detener (y revertir parcialmente) el proceso y lograr la curación de los casos iniciales de ese infrecuente problema metabólico. Sin héroes así, muchísimas personas tendrían firmada su sentencia de muerte.
La inteligencia emocional (o cuando el corazón y el cerebro se dan la mano)
«El corazón tiene razones que la razón no entiende». Con esa famosa frase, el filósofo y físico francés Blaise Pascal abrió la caja de los truenos (en el siglo XVII) sobre la difícil, a veces tormentosa, relación entre las emociones y la inteligencia. La segunda mitad del siglo XX fue la de las filosofías orientales y el último tercio vivió el auge de los libros de autoayuda. En 1995, Daniel Goleman dio el bombazo con la publicación de su «Inteligencia emocional» y, desde ese momento, el asunto se ha convertido en protagonista de la Psicología de nuestros días. Solo quedaba aplicar la materia a la educación y convertirla en asignatura. Lo que hacen en Canarias (ver artículo adjunto) no es más que la avanzadilla de una propuesta que ha llegado para triunfar. Y se anuncia que este tema va a crear menos polémica (o menos indiferencia, al menos), que otras pequeñas «revoluciones» pendientes (¿el ajedrez?). Desde luego, los aparentes beneficios son muy potentes. El tratamiento de las causas del acoso o la disminución del abandono escolar son solo los más visibles.
Ejemplar del ya desaparecido sapo dorado. El fue el primero.
La alarma ha sonado con fuerza. Se dice que es el patógeno que más daño ha hecho a la biodiversidad en toda la historia. El «Batrachochytrium dendrobatidis» es un hongo que afecta a la piel de los anfibios. Seguramente no sería tan dañino si no fuera porque ranas, sapos, salamandras o tritones usan su piel para respirar. La hiperqueratosis producida (que alimenta al hogo aún más) llena de costras el cuerpo del animal, que termina sufriendo una parada cardíaca. 90 especies se han extinguido ya, y otras 500 ya están en declive. El estudio reciente publicado en «Science» es demoledor, aunque hay que recordar que, recientemente, científicos británicos lograron vencer al bicho malo y erradicar la plaga en Mallorca. Ahí tenéis todo el material acerca del tema (con un interesante vídeo en el segundo enlace).
Los prohombres de la meca de la Tecnología ya están inmersos en una lucha para liberar a sus hijos de la adicción a las endemoniadas maquinitas y los infernales dispositivos que ellos mismos crearon. No solo les racionan sumariamente las horas que pasan con sus tablets o sus videojuegos, sino que les matriculan en (carisísimos) colegios que están poniendo de moda una vuelta a la educación «clásica» (yo la llamaría más bien «natural»).
Mientras esto pasa, comienzan a proliferar los estudios que relacionan el alto nivel social y la disminución de las horas de uso de las nuevas tecnologías. Blancos ricos en colegios privadísimos de pedagogía tecnófoba y negros e hispanos en colegios públicos que ofertan iPads a los alumnos. Si a esto le sumamos los sueldos astronómicos que les pagan los de Sillicon Valley a las cuidadoras de sus hijos por cumplir «draconianos» contratos en los que deben renunciar al uso del móvil, la conclusión es que tenemos en marcha una revolución de impredecibles consecuencias.
Mahersala Alí, Emma Stone, Viola Davis y Cassey Affleck
Las triunfadoras
La más laureada fue «La La Land» (6 oscars de 14 nominaciones), seguida a cierta distancia por «Moonlight» (3 de 8), aunque el galardón más codiciado, el que se otorga a la mejor película fue para esta última.
El musical de Damian Chazelle cuenta, de manera poco convencional y en clave de jazz, la romántica relación entre una aspirante a actriz y un pianista. Una gran coreografía, buenas canciones y estupendas interpretaciones de Ryan Gosling y Emma Stone, que, sin ser Fred Astaire ni Ginger Rogers, se defienden bastante bien bailando. Esta es «La La Land»:
«Moonlight» es una historia de supervivencia, superación y descubrimiento personal de un chico (luego adulto) que crece en una familia conflictiva y a quien las cosas le han sido enormente complicadas en el colegio y en el barrio. Narrada con gran sensibilidad, cuenta con un excelente guión y estupendas interpretaciones. Ahí está:
Dos grandes películas (y dos breves comentarios)
Otras cuatro películas merecen que me ocupe de ellas. Las dos primeras hubieran sido merecedoras de más premios. Gran derrotada (0 de 6), la primera, y bastante derrotada (0 de 4), la segunda.
«Comanchería» es un magistral mix entre western y trhiller, con unos personajes memorables retratados a la moda, es decir, ni los malos son tan malos, ni los buenos son un pedazo de pan, y con un trasfondo social contemporáneo (la pobreza, la derrota, la crisis…). Grandes interpretaciones (no hubiera sido injusto el óscar a Jeff Bridges), estupendo guión (tampoco hubiera desentonado en el palmarés) y mucha intensidad. Ahí la véis:
La australiana «Lion» cuenta la conmovedora historia de un niño de 5 años que se pierde, pero mucho, bastante, y largo tiempo después decide buscar a su familia, basándose en los últimos adelantos tecnológicos y en sus difusos recuerdos infantiles. Dev Patel (Slumdog Millonaire) está fantástico y su madre adoptiva (Nicole Kidman) no le va a la zaga. Y solo por la escena final ya merece la pena verla.
Un tercer film «Manchester frente al mar», bien situado en el palmarés (solo 2 oscars, pero de los gordos, de 6 nominaciones) cuenta, de manera convincente, el complicado «marrón» que le cae encima a un inmaduro e inestable individuo al tener que volver a su pueblo para hacerse cargo de su sobrino adolescente. Mientras se enfrenta a un pasado que nunca asumió, la relación con su tutorado se vuelve cada vez más conflictiva. Merecidísimos los premios a Casey Affleck y al mejor guión original.
Y una cuarta. «Hasta el último hombre» es la increíble (pero verdadera) historia del temerario heroísmo de un objetor de conciencia durante la Segunda Guerra Mundial. Filmada con el realismo habitual en el cine de Mel Gibson, la conmovedora narración, que hubiera sido un gran alegato pacifista, se convierte, gracias a las impactantes e innecesariamente sangrientas imágenes de la conquista de Okinawa, en una película bélica más, eso sí, de muy buena factura. Consiguió dos merecidos oscars técnicos.
Dos maravillas olvidadas
«Captain Fantastic» cuenta la azorosa pero primorosa educación de seis hijos a cargo de unos padres muy pero que muy alternativos. Durante casi una hora asistimos estupefactos e hipnotizados a las estrategias nada académicas y casi pseudomilitares de un Viggo Mortensen que está genial. La corrosiva crítica a la pedagogía convencional es aleccionadora y emocionante (impresionante la escena de la comida de las dos familias), pero la realidad pronto nos baja de las nubes y la cruel lógica termina por aparecer (¡cuidado, spoliler: ganan los malos!). Gran película.
Pero el mejor film del año ha sido, en mi opinión «Animales nocturnos». Cuenta, en los papeles principales con Amy Adams y Jake Gyllenhall, que están que lo bordan, y se trata de un impresionante «tour de force» que cuenta dos historias por el mismo precio. Una es sobre la relación entre una mujer aburrida de la vida que lleva y su ex-marido, un escritor que le manda una novela para que le dé su opinión. La otra es el tremendo relato narrado en dicha novela, que resulta ser un un trhiller escalofriante. Amy Adams La acción de ambas tramas se va sucediendo sin dejar el más mínimo respiro al espectador. Una obra maestra absolutamente recomendable.