Elaborado por Dra. Loreto Fernández Fernández, Profesora de la Universidad de Santiago de Compostela y Directora del Grupo GEM Galicia, Observatorio del Emprendimiento de España (Red GEM)
Las universidades españolas han puesto en marcha políticas de apoyo y fomento de la cultura emprendedora. Sin duda, han avanzado en la creación de ecosistemas propicios para la innovación en los que no se ha dejado de lado la formación en emprendimiento. No obstante, cabe preguntarse si estas políticas resultan realmente efectivas y qué falta aún por implementar.
Es imprescindible entender que la formación emprendedora no puede limitarse a «lanzar nuevas empresas». En la mayoría de las universidades existen programas de apoyo a proyectos de base científica y tecnológica, y uno de los principales indicadores de valor de estos programas es el número de empresas creadas. Por ello, es ahí donde se centra fundamentalmente el apoyo formativo, dejando de lado el resto de necesidades. Debería existir un plan formativo adecuado, que abarque no solo la fase de creación de la empresa sino también las posteriores. La formación en liderazgo, gestión de equipos multidisciplinares o diversidad cultural son competencias cruciales, así como el conocimiento de entornos financieros más complejos y estrategias de internacionalización.
Así mismo, el fomento de la «personalidad emprendedora» es prioritario. La universidad debe formar personas con visión creativa e innovadora en el planteamiento de soluciones a problemas actuales y futuros, y que adquieran la inteligencia ejecutiva necesaria para afrontar los cambios en un contexto de creciente incertidumbre. Desde las universidades debemos introducir contenidos sobre creación de empresas y competencias emprendedoras en todos los grados universitarios. Esto exige formar también a los docentes en materia de emprendimiento.
Por otro lado, es necesario renovar los modelos de formación. Introducir materias y competencias emprendedoras en todos los grados es imprescindible, pero difícilmente se conseguirá un resultado efectivo si se emplean exclusivamente metodologías tradicionales. Se necesitan metodologías diferentes en las que el estudiante sea el centro y verdadero protagonista de su aprendizaje. La universidad debe reconocer y ser capaz de integrar dentro de sus estructuras formales y planes de estudio, modelos educativos que se han mostrado más eficaces en la formación de emprendedores.
Otro aspecto que considerar es el ritmo de adaptación de la universidad a los cambios que exige el contexto laboral. La universidad debe conseguir reducir la carga administrativa y burocrática de los procesos de adaptación de los planes de estudio a las demandas del mercado. Tampoco podemos olvidar que la formación emprendedora es un compromiso global. Prácticamente todas las universidades han creado unidades ad hoc de apoyo y fomento al emprendimiento, pero han descuidado el impulso de estrategias que impliquen al resto de miembros de la comunidad universitaria. Por un lado, no existe un reconocimiento explícito dentro de la comunidad universitaria de que la formación emprendedora requiere el compromiso de todos, gobierno, docentes y estudiantes, y ha de imbricarse en el propio proceso educativo. Por otro lado, la efectividad de cualquier proyecto de educación emprendedora no será plena sin el apoyo de todos los agentes del ecosistema de innovación y emprendimiento. Sus beneficios revierten en la sociedad, en forma de mejores profesionales, más competentes y capaces de afrontar el nuevo contexto de desarrollo caracterizado por la digitalización, la sostenibilidad y la innovación social. Por tanto, los agentes del entorno económico, político y social son parte interesada y corresponsable de la formación. Solo colaborando se puede alcanzar el objetivo de mejorar la capacitación de los jóvenes y contar con profesionales preparados para los desafíos del futuro.