- Maggie quería mostrar el peligro de acumular dinero a costa de los demás
- Charles Darrow se hizo rico al vender sus derechos a Parker Brothers
- Es uno de los juegos de mesa más vendidos de la historia
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El Monopoly, ese juego de mesa que tanta gente tiene en su casa, es una auténtica oda al capitalismo. Cada jugador compite por ser el más rico, pero sobre todo, por arruinar a todos los demás. Se compran calles, casas, hoteles, la compañía del agua y de la luz, estaciones de tren, lo peor que te puede pasar es pagar impuestos… y hasta puedes llegar a librarte de la cárcel si pagas.
El juego, quizá el más vendido de la historia, fue creado por Charles Darrow, un vendedor de calefactores domésticos que estaba en paro por culpa de la Gran Depresión. Lo fabricaba artesanalmente en su casa, con la ayuda de su mujer y su hijo, con trozos de hule y cartulina. Esas primeras versiones tuvieron tanto éxito que tuvo que encargar la producción a una imprenta de Pensilvania, ya con su clásico tablero de cartón. Patentó la idea en 1935. Y ese mismo año, tras varios intentos, le vendió los derechos a la juguetera Parker Brothers, ahora propiedad de Hasbro.
Dice el Libro Guiness de los Récords que más de 500 millones de personas han jugado al Monopoly en el mundo. Y Darrow, efectivamente, acabó haciéndose inmensamente rico. Un trabajador en paro que se hace millonario, una historia de superación perfecta como epílogo para hablar de capitalismo.
El juego del terrateniente
Si no fuera porque en realidad el Monopoly está inspirado, o copiado, de ‘El juego del terrateniente’, creado y patentado por Elisabeth Maggie más de 30 años antes. Y el espíritu de aquel juego era todo lo contrario.
Lizzie Maggie era inventora, poeta, feminista y muy de izquierdas, y en 1903 lanza ‘The Landords Game’. Su objetivo era mostrar los peligros de acumular grandes sumas de dinero a expensas de los demás, los problemas que generaba la desigualdad de ingresos.
Para ello, el juego consistía en un tablero con un circuito, algo muy novedoso para la época, lleno de calles a la venta, y desarrolló dos reglamentos, uno anti-monopolios, y el otro monopolista. Con el primero, cada vez que un jugador compraba una de esas calles tenía que pagar impuestos, y ese dinero se repartía entre el resto de jugadores. Y el juego se acababa cuando el jugador que había empezado con menos dinero lograba duplicarlo. ¡Todos ganaban!
Con el segundo reglamento, el monopolista, los jugadores debían comprar propiedades y cobrarles a todos los que caían en ellas, y el ganador era el que lograba arruinar al resto de jugadores. Sí, este reglamento coincide con el del Monopoly.
El objetivo, explicaba la propia Maggie, era que los jugadores vivieran en sus propias carnes una demostración práctica del sistema de acaparamiento de tierras, así como sus resultados y consecuencias. Y que comprendieran las consecuencias que podía provocar los diferentes planteamientos de la propiedad.
«Los hombres y las mujeres descubrirán que son pobres porque Carnegie y Rockefeller tienen más de lo que saben qué hacer con él»
Hay que tener en cuenta que hablamos de la época gloriosa de los monopolios del ferrocarril, el acero o el petróleo. En este sentido, en una entrevista, la propia Maggie mostró su deseo de que «en poco tiempo, los hombres y las mujeres descubrieran que son pobres porque Carnegie y Rockefeller, tal vez, tienen más de lo que saben qué hacer con él».
Con el juego, Maggie en realidad trataba de reflejar y difundir las ideas de Henry George, un economista de la época, muy de izquierdas, que conoció a través de un libro que le regaló su padre, también un destacado activista antimonopolios. La base de la teoría de George era la defensa de la importancia de cobrar impuestos, y de reinventir lo recaudado en el bien común.
El juego acabó teniendo relativo éxito, sobre todo entre los intelectuales de la Costa Este y de las grandes universidades del país. Tanto que se acabaron haciendo diferentes versiones del mismo. En la década de los 30, Darrow descubrió una de esas versiones en un encuentro con amigos. Le impactó tanto el juego que acabó desarrollando su propia versión, a la que llamó Monopoly, y es la que acabó vendiendo a Parker Brothers.
Las versiones de ‘El juego del terrateniente’ también llegaron a otros países. En España, por ejemplo, tuvo mucho éxito El Palé, con las calles de Madrid. La empresa editora acabó en juicio con los propietarios de los derechos, que se resolvió con la llegada a España del Monopoly original, de mano de Borrás. Detrás llegaron numerosas versiones basadas en las calles de otras ciudades de España, otro basado en todas las ciudades, de la Unión Europea… cualquier país que se precie tiene su propia edición. Y ya hasta hay versiones digitales, online…
Cuba desarrolló una versión en la que el objetivo no es comprar calles, sino derrotar al FMI
Hasta Cuba tuvo su propia versión apócrifa, llamada Deuda Eterna, donde los jugadores no hacían de empresarios que buscaban enriquecerse, sino que hacían el papel de gobiernos de países del tercer mundo, cuyo objetivo era derrotar al FMI.
Por si fuera poco, y por si Maggie no hubiera tenido suficientes disgustos con lo que ha acabado siendo su obra si hubiera vivido para verlo, han salido versiones de sagas cinematográficas, de empresas… ¡Hasta McDonald’s tiene su propio Monopoly!
Hoy en día sigue siendo uno de los juegos de mesa más vendidos del mundo. De hecho, durante la pandemia, su compra se disparó. No hay ningún rastro en él de la idea original de Maggie, no tiene ningún espíritu pedagógico, y el ganador es el que logra arruinar a los demás.