Los mitos son relatos surgidos en las culturas antiguas con el fin de dar una explicación a cuestiones naturales, religiosas o existenciales. El conjunto de mitos característicos de una cultura se denomina mitología.
Cuentan que una vez, se reunieron todos los sentimientos y cualidades del hombre.
Cuando el aburrimiento había bostezado por tercera vez, la locura les propuso jugar a las escondidas.
La intriga levantó la ceja y la curiosidad, sin poder mantenerse preguntó ¿escondidas? el entusiasmo danzó, seguido de la euforia, la alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la duda y a la apatía, que nunca se interesaban por nada.
1,2,3.. comenzó a contar la locura, la primera en esconderse, fue la pereza, que como siempre cayó detrás de la primera piedra del camino, la fe subió al cielo y la envidia se escondió detrás de la sombra del triunfo, que por propio esfuerzo había conseguido llegar a la copa más alta del árbol.
La generosidad casi no logra esconderse, porque cada lugar que encontraba le parecía bueno, para alguno de sus amigos, si era un lago cristalino, ideal para la belleza, si era la copa del árbol perfecta para la timidez, si era una ráfaga de viento, magnífica para la libertad.
Así es que terminó escondiéndose en un rayo de sol, el egoísmo un lugar bueno desde el principio, ventilado cómodo pero solo para él, la mentira se escondió detrás del arco iris y la pasión y el deseo en el centro de los volcanes.
Cuando la locura terminaba de contar el amor todavía no había encontrado lugar para esconderse, pues todos estaban ya ocupados, hasta que encontró un rosal y cariñosamente decidió esconderse entre sus flores, concluyó la locura y comenzó la búsqueda, la primera en aparecer fue la pereza apenas a tres pasos de una piedra.
Sintió vibrar a la pasión y al deseo en los volcanes, en un descuido encontró a la envidia y claro pudo deducir donde estaba el triunfo, al egoísmo no tuvo que buscarlo. Él solo salió disparado de su escondite que era en verdad un nido de avispas. De tanto caminar la locura sintió sed y al aproximarse a un lago descubrió a la belleza.
La duda fue más fácil de encontrar estaba sentada sobre un cerro sin decidir dónde esconderse y así iba encontrándolos a todos, al talento entre la hierba fresca, a la angustia en una cueva oscura, pero el amor no aparecía por ningún lugar, la locura lo busco detrás de cada árbol, debajo de cada roca del planeta y encima de las montañas.
Cuando estaba a punto de darse por vencida, encontró un rosal y comenzó a mover sus ramas con energía, entonces escuchó un grito doloroso, había herido al amor en los ojos con las espinas del rosal. La locura no sabía qué hacer para disculparse, lloró, rezó, imploró, pidió perdón y prometió ser su guía para siempre, es por eso que desde entonces el amor es ciego y la locura siempre lo acompaña.
Esta pregunta ha sido una de las cuestiones más debatidas por los poetas a lo largo del
tiempo. Cuestiones como en qué consiste la poesía, para quién se compone o con qué fin
se escribe son constantes en la historia de la literatura.
En cada época, los escritores han dado distintas respuestas a estas preguntas. A pesar de
la gran diversidad de opiniones, se podrían resumir sus puntos de vista en tres tendencias
fundamentales:
• La poesía es un modo de entender aspectos ocultos y profundos de nuestra realidad.
• La poesía es una fuente de ritmo, musicalidad y belleza.
• La poesía es un instrumento para cambiar y mejorar la sociedad.
En realidad, estas tres visiones no son incompatibles. Además, se puede afirmar que el género lírico ha asumido a lo largo de su historia todas estas funciones, si bien el predominio de una de ellas sobre las demás ha variado con arreglo a las inquietudes de cada época. La poesía es un arma cargada de futuro
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos, dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado
[un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta
[mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos. Gabriel celaya
4’33’’, la «pieza insonora», es con toda probabilidad la creación más célebre
de John Cage. Es una pieza que se ha convertido en una especie de icono de la cultura de la
posguerra, como lo son las latas de sopa de Warhol, o en un latiguillo útil
para rematar chistes y caricaturas, o en el trampolín que ha dado lugar a
un sinfín de análisis y discusiones, o en prueba patente del extremismo
de una vanguardia destructiva que surgió en los años cincuenta y sesenta.
¿Cómo nos enfrentamos desde nuestra posición entre el público
con la pieza insonora? Creo que si capta de un modo u otro nuestro
interés es de dos maneras. La primera consiste en prestar atención a la
calidad acústica del sonido ambiente que percibimos mientras dura la
pieza. «¡Vaya! —podríamos decirnos—. En este ambiente hay muchísimos
sonidos que hasta ahora no había captado.» Nuestro interés se vuelca
hacia esos ruidos y se vuelca en lo que podemos detectar durante esos
cuatro minutos y medio. En este caso, tratamos la pieza como un objeto
estético, como cualquier otra pieza musical, con la particularidad de que
se halla construida a partir de materiales muy inusuales.
La otra manera de enfrentarse a la pieza, bastante más común, consiste
en pensar en lo que podría significar: pensar en el concepto del silencio,
en si el silencio realmente existe, en la significación filosófica de un compositor
que crea una obra que no contiene ningún sonido intencionado,
en el silencio del compositor como metáfora de cualquiera otra cosa, de
las muchas que podrían ser, en las implicaciones políticas que comporta
el hecho de poner al público asistente a un concierto en esta situación.
Son muchos los caminos que puede tomar nuestro pensamiento a propósito
de 4’33’’, pero todos tienen en común el tratamiento de la pieza
como una afirmación: sobre el silencio, sobre la música, sobre los compositores,
sobre los intérpretes, sobre el público, etc.
Así como la técnica del serialismo ofrece más control al compositor sobre los elementos de composición, la música aleatoria (del atín alea, «un dado») permite una mayor libertad, al incorporar un cierto grado de azar, preferencia del intérprete, incertidumbre o falta de predicción, bien sea durante el proceso de la composición, en el momento de la interpretación o en ambos.
El Romanticismo convirtió a Wolfgang Amadeus Mozart en un mito a través de esta sobrecogedora obra: según la leyenda, el músico la compuso con la idea de que se trataba de su propio Réquiem, encargado por un mensajero de la muerte. Aunque la realidad parece ser menos poética, ello no resta un ápice a la potencia expresiva ni a la belleza de la partitura, con algunas secciones que se cuentan entre las cimas no sólo de la producción de Mozart, sino de la música universal: el «Introitus», el «Kyrie», el «Dies irae» o el «Lacrimosa».
En el último año de su vida, se presentó a Mozart, que estaba ya enfermo y deshecho, un taciturno desconocido, que le entregó una carta y desapareció. Era el encargo anónimo de una misa de réquiem, con promesa de buena recompensa. El fúnebre desconocido se volvió a presentar unos días después y pagó un anticipo, recomendando a Mozart que no descuidase su obra. Volvió luego, de vez en cuando, para vigilar el progreso del trabajo. Era, sencillamente, el camarero del conde Franz von Walsegg, rico aficionado que tenía la debilidad de encargar obras a los grandes músicos para hacerlas ejecutar luego haciéndolas pasar por suyas.
Pero aquellas circunstancias singulares turbaron la mente de Mozart, ya fatigada por la áspera y continua lucha por la vida. Se entregó a la composición del Réquiem con el máximo empeño y, al mismo tiempo, con la firme persuasión de que aquella obra había de ser también su canto fúnebre. En efecto, no pudo terminarla. La obra fue completada por su discípulo Franz Xaver Süssmayer (1766-1803), quien, en los últimos años de la vida del maestro, había vivido en estrecha intimidad artística con él.
Este video ofrece la posibilidad de escuchar la evolución de la música gracias a un grupo de cinco vocalistas a cappella ganadores del Grammy llamado «Pentatonix».