Napoleón

Napoleón abdicando en Fontenebleau (Paul Delaroche, 1846)

(Esta entrada contiene numerosos «spoilers». Abstenerse, si así lo consideran conveniente, quienes no hayan visto la película)

Introducción

Loables son las intenciones de Ridley Scott por retratar con objetividad (a través de las cartas), la vida conyugal de Napoleón y Josefina, o, más bien, el amor incondicional (no correspondido) que él le profesaba.

Son también disculpables las licencias cinematográficas que, en pro de la acción, se permite el director británico. No consta que, aquejado de cistitis, el corso participase en la carga de caballería de Waterloo. Tampoco que asistiese a la decapitación de María Antonieta. Nos tragamos, mal que bien, que Joachim Phoenix (de 49 años) interprete, apenas sin cambiar, 30 años del emperador francés. Y estamos dispuestos a disculpar las notorias ausencias de Fouché (incombustible «fontanero» de la policía y el espionaje francés durante 50 años), la emperatriz Maria Luisa (¡aparece menos de 1 minuto!) o los mariscales Ney, Murat y Grouchy (éste, decisivo en Waterloo).

Crítica

Lo que ya no es de recibo, y más en una película histórica (¡de un director inglés!) es la terrible ausencia de un hilo argumental comprensible. Van desfilando escenas a las que se quiere dotar de trascendencia y solemnidad, inconexas y sin ninguna explicación. Scott parece contar con la erudición de los espectadores, sin ningún afán didáctico. ¿Qué hacía Napoleón en Tolon? ¿Contra quién fue la batalla de las Pirámides? ¿Quiso el gran hombre a María Luisa? ¿Por qué le odiaban tanto los ingleses? ¿Hizo algo provechoso en su vida? Y lo de menos es que no aparezcan ni España ni Trafalgar (tampoco hay mención de Italia), porque parece que con tanto dinero gastado en pólvora y efectos sonoros, no ha quedado un solo duro para mapas.

Desde luego, 147 minutos dan para algo más que para un álbum de cromos, y el narrador de grandes historias («Los duelistas», «Alien», «Blade Runner», «Thelma y Louise»), que ya patinó enormemente al llevar a la pantalla «El Reino de los Cielos» (fracaso enorme, salvado, pero poco, en taquilla, por el tirón de rutilantes estrellas de Hollywood), lo ha vuelto a hacer en este «Napoleón», que no se sostiene ni mínimamente.

Dividida, a saltos, en 2 partes, cuenta, a saber:

  • Las intimidades de Napoleón y Josefina
  • Las batallas, el ascenso y la caída del gran hombre

El primero de ambos temas adolece de falta de profundidad en los personajes. En el segundo, con una puesta en escena espectacular, se prescinde de cualquier explicación o análisis de la situación (no ya de la militar, sino, especialmente, de la política). Pero vayamos por partes:

El guion y los personajes

Si el retrato de los protagonistas ya rechinaba en «El Reino de los Cielos», aquí el ridículo es asombroso. Las caricaturas de los cruzados (en aquélla»), se convierten aquí en una sátira de personajes superficiales y carentes de ningún atisbo de inteligencia. Quizás se salva, en este sentido, un correcto Barras (Tahar Rahim).

Napoleón (Joachim Phoenix) parece deficiente: triste, solitario, serio, machista, nefasto amante, poco comunicativo, engreído y ambicioso. Se ignoran su habilidad como político, su cultura, su amor por las artes y las ciencias o su labor legislativa y a favor de los derechos humanos.

Josefina (Vanessa Kirby) no sale tampoco bien librada. Arribista y seductora, aparentemente atormentada, parece soportar a duras penas a su marido, y solo destaca por ser infiel y por haberse quedado estéril (¿a alguien no le ha quedado claro que era culpa suya no haber dado hijos a Napoleón?).

¡Y qué decir de Wellington (Rupert Everett)! Grave, soberbio, hierático y distante, parece que compite con su enemigo en ver quién mira a quién con más inquina. Se olvida, además, que en tierra no era ningún patán (no es lógico que el corso despreciase al que había derrotado a los franceses varias veces en España).

Respecto a los diálogos, debo decir que dan una pereza enorme. Cada línea es una frase lapidaria. Todo el guión parece sacado de un manual de citas célebres: «¡Es por el bien de Francia!», «¡El mundo me recordará!» «¡Inglaterra se arrepentirá de esto!» No hay un solo atisbo de la naturalidad, del humanismo o la sensibilidad de los personajes de «Blade Runner» o de «Thelma y Louise».

Las batallas

Parece hecho a propósito que, siendo especialista el corso, las andanadas de artillería estén especialmente cuidadas. Pero las cargas de caballería y los combates cuerpo a cuerpo están pobremente coreografiados (solo la muerte del caballo en Tolon resulta creíble). Y ya he dicho lo de la estrategia militar, las explicaciones brillan por su ausencia.

Respecto a los sucesos de Waterloo, se resumen, los 3 días de batalla (en diferentes escenarios), en la escaramuza final contra los ingleses. Desde luego, la impaciencia de Napoleón y el exceso de confianza en sus fuerzas fueron un factor importante. Faltaba ya el cuñadísimo Murat, el mejor de sus jefes de caballería, pero hubo un factor decisivo que los (supuestos) asesores de Ridley Scott han despreciado: la ausencia de los 30.000 hombres del mariscal Grouchy, empecinado en seguir al pie de la letra las órdenes recibidas, a pesar de que le constaba dónde estaba el fuego. Todo ello está magistralmente narrado en «Waterloo» (1970, Sergei Bondarchuck), con unos Rod Steiger y Cristopher Plummer magistrales. El director ruso ya había llevado a la pantalla, con gran éxito, «Guerra y Paz» (1956).

Es una película extraordinaria. Os la recomiendo encarecidamente. Ahí la tenéis:

Una buena opción

En 2002, los franceses impulsaron una coproducción, en forma de miniserie, que recrea magistralmente las circunstancias vitales y retrata de manera muy realista (y objetiva) a Napoleón y a quienes le rodearon. Christian Clavier borda el papel, pero además le secundan, de manera genial, el taimado e incombustible Fouché (Gerard Depardieu) y el inteligente Talleyrand (John Malkovich).

A continuación os pongo el primer capítulo. Los cuatro están en Youtube y son de acceso libre:

Conclusión

Desde luego que Napoleón fue un déspota, un dictador y un genocida. Pero poner carteles de las muertes que provocó no es una explicación del contexto histórico en el que se produjeron. En Siria, en Egipto, en España, dejo muestras de su pasividad ante las tropelías de sus soldados. En Palestina fue él mismo el que ordenó la masacre de los habitantes de Jaffa. En la misma Francia no tuvo reparos en disparar contra sus conciudadanos. Su país no le perdona tampoco los excesos cometidos en las levas forzosas para nutrir los ejércitos de la Grande Armée. Pero el miedo de las monarquías europeas no era a Napoleón en sí, sino a las ideas liberales y republicanas que quería exportar. Su gran fracaso fue que teniendo el genio militar de Alejandro Magno, careció de la habilidad política del macedonio para ganarse a los pueblos que conquistaba.

No se puede olvidar, no obstante, que, a pesar de ser una persona con más oscuros que claros, luchó por los derechos humanos, acabó con la Inquisición, instauró la libertad de culto y protegió a los judíos. Su ingente labor legislativa quedó para la posteridad (el famoso»Código Napoleónico», por ejemplo).

La ausencia de una mínima mención a sus aportaciones retrata de manera notoria la visión que da de él la película de Ridley Scott.

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2 respuestas a Napoleón

  1. ciencias dijo:

    Pero para tener elementos de juicio, debes ver la serie francesa y Waterloo, la película. Gratis en Youtube ambas, con los doblajes originales en castellano.

  2. Alberto Ladron de Guevara Seco dijo:

    Brillante crítica de la que se suponía una gran superproducción del afamado Scott. No he visto todavía la película pero sin duda esta opinión me incita a verla para reparar en las lagunas que el “brillante profesor” observa en el film. Me resulta de gran ayuda saber cómo de fiel es la obra en lo referente al protagonista de tantas y tan controvertidas páginas de la Historia. Gracias, Profe.

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