
Ha muerto, mientras dormía, en su casa de Utah, a los 89 años, uno de los grandes de la historia del cine. Con una apabullante filmografía como actor, y una notable carrera como director, pasa también a la posteridad por ser, además de un influyente activista en favor de la conservación de la naturaleza, el fundador del Festival de Sundance, el más prestigioso del mundo de cine independiente.
Icono sexual de varias generaciones, su tirón en la taquilla se ha mantenido invariable durante más de 40 años y aunque nunca llegó, en mi opinión, a las cotas interpretativas de sus compañeros Pacino, Newman, Hoffman o De Niro, su carisma en la pantalla, su versatilidad para clavar un montón de variopintos personajes y, sobre todo, su magnífico acierto a lo hora de elegir guiones y directores, le han reportado una inolvidable lista de éxitos y una fama bien merecida.
Dejando de lado su biografía (al final os dejo reseña de experto cinéfilo), y, a riesgo de dejarme por el camino algunas apreciables obras, os comentaré las principales y os pondré unos cuantos vídeos de películas fundamentales, algo olvidadas, que son films, como se dice ahora, «de culto».
Su salto al estrellato surgió de la mano de Marlon Brando, en «La Jauría humana» (Arthur Penn, 1966). En ella daba vida a un prófugo de la justicia, cuyo linchamiento intenta evitar un honrado sheriff. Su manera de «robar cámara» era ya bastante notoria, sobre todo (spoiler) después de la paliza que recibe su «protector».
En 1969 llega «Dos hombres y un destino» (George Roy Hill). La película revienta las taquillas. Robert Redford y Paul Newman interpretan a dos ladrones de bancos a punto (pero no) de abandonar su profesión. Pocos años, después, en 1972, Sydney Pollack comienza a convertirle en su actor fetiche, al darle su primer papel como protagonista, un desertor y aprendiz de trampero, en una historia de supervivencia, el primer western «ecologista» de la historia del cine: «Las aventuras de Jeremiah Johnson», de cuyos entresijos os pongo, a continuación, un breve documental.
El mismo año protagoniza, ya convertido en estrella, «El Candidato» (Michael Ritchie), crónica de la campaña electoral de un ficticio político (progresista, como no podía ser menos).
Meses después, George Roy Hill vuelve a reunirle con Paul Newman, y el resultado es superlativo: «El Golpe» es, no solo un gran film sobre estafadores, sino una de las mejores comedias de la historia del cine. En 1973 y 1974 rueda otros dos «pelotazos»: «Tal como éramos» (Sydney Pollack) y «El Gran Gatsby» (Jack Clayton), al lado de Barbra Streisand y de Mia Farrow, respectivamente. Otra pareja memorable es la que forma, en 1976, con Dustin Hoffman, en «Todos los hombres del presidente» (Alan J. Pakula), en la que ambos interpretan a los periodistas que destapan el «Watergate». Tres años después rueda, otra vez con Pollack, «El jinete eléctrico», donde vuelve a coincidir con Jane Fonda, en el papel de un retirado campeón de rodeos. En 1980, a las órdenes de Stuart Rosemberg, borda el rol de un director de prisión que se finge interno para averiguar las condiciones en las viven los presos. Es, «Brubaker», una vuelta de tuerca más al tema de las cárceles (en «La Leyenda del indomable», también de Rosemberg, era Paul Newman el «sufridor») y el notable cineasta logra de Redford una de las mejores actuaciones de su vida. Ahí le vemos en la emocionante escena final:
Ese mismo año decide lanzarse al otro lado del «set» y con «Gente corriente», un drama familiar que destaca por el estupendo análisis psicológico de sus personajes, consigue cuatro Oscars (entre ellos, mejor director y film).
Es en 1984 cuando crea el Festival de Sundance, para refugio, en principio, del cine «indie». La alternativa a Hollywood ha llegado hasta nuestros días, desbordando todas las previsiones (se traslada a California, según las recientes noticias).
Pero sigamos con la carrera de nuestro hombre. «Memorias de África» (Sydney Pollack, 1985), una obra maestra del cine romántico, le reúne con una Meryl Streep en estado de gracia, y el resultado no puede ser mejor, tanto a nivel artístico, como económico. En 1992 dirige «El río de la vida», que le sirve para promover, una vez más, su amor por la naturaleza y para nombrar sucesor, un joven llamado Brad Pitt (que un año antes ya había robado cámara en «Thelma y Louise»).
En la década de los 90 firma otras dos buenas películas: «Quiz show. El dilema» (1994), sobre la corrupción de los concursos televisivos (con un magistral John Turturro) y «El hombre que susurraba a los caballos» (1998), en la que se dirige por primera vez a sí mismo, en un papel hecho a su medida (adiestrador y «psicólogo» de nobles equinos y de otras especies, pues por ahí anda una adolescente llamada Scarlett Johansson).
El siglo XXI le pilla trabajando y parece ser que, aunque los problemas financieros no le permitieron nunca retirarse, seguía eligiendo, con alguna excepción, guiones correctos y decentes. Ejemplo de ello son «Juego de espías» (2001, Tony Scott) o «La verdad» (2015, James Vanderbilt).
En 2001 recibió un Oscar honorífico por toda su carrera. Hasta casi el momento de su muerte se significó a favor de las libertades y la lucha por el medio ambiente. Convertido en leyenda, su legado es imborrable. Perdona, Robert, por todas las películas que no he nombrado.
Si os interesa su biografía, ahí la tenéis, descargable, del obituario que hizo de él Gregorio Belinchón en «El País».