Restricciones a la libertad

Transformación digital

¿Gobernarán tu vida los ‘likes’ (si no la gobiernan ya)?

Los sistemas de valoración online deciden cuándo algo es confiable o no según sus propios intereses

Aterrizamos en un mundo donde todo se mide según la puntuación que tengas en una omnipresente red social de reputación que permite a los usuarios clasificar todas sus interacciones -online u offline– en una escala de cinco estrellas. La realidad aumentada coloca un icono con su correspondiente puntuación sobre cada persona a nuestro paso. Y esta puntuación determina su valor en la sociedad, su acceso a los servicios y su empleabilidad.

La joven Lacie Pound se desvive por alcanzar un nivel de 4,5. Es decir, cuatro estrellas y media. Es lo mínimo que le exigen para comprar la casa de sus sueños. Para lograr esa puntuación no solo basta con subir fotos monas para obtener me gustas. Debe mantener la sonrisa bajo cualquier circunstancia, fingir que le gusta el café rancio y someterse a otras normas impuestas por la plataforma de valoración, que es la que determina qué está bien y qué está mal y en qué parámetros debe basarse la confianza entre personas, instituciones o empresas.

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Es el argumento del primer capítulo de la tercera temporada de la serie Black Mirror, que ofrece una visión distópica y tecnopesimista del mundo al que nos dirigimos. Más allá de lo real que esto pueda llegar a ser, plantea la reflexión de cómo se está digitalizando la confianza en un contexto en el que las fronteras entre el mundo real y el virtual se diluyen.

¿Qué ocurre con la confianza cuando pasamos de un modelo presencial de tú a tú a un modelo digital y global, en un marco de economía digital donde las premisas cambian y mecanismos tradicionales como la proximidad o la familiaridad no bastan? Es lo que se pregunta el estudio Confiados y confiables. La fabricación de la confianza en la era digital, presentado recientemente por el Instituto de Innovación social de Esade y la Fundación E&Y España.

Como respuesta a esta realidad nacen sistemas de reputación online: clasificaciones, valoraciones y opiniones que transforman cómo nos relacionamos y cómo consumimos. “Vivimos una revolución de las plataformas [redes sociales, economía colaborativa y bajo demanda, etc.] como agente social y económico que ejerce de intermediario entre grupos de usuarios, y su papel es conectarles. En medio de todo esto está la confianza, clave para que estas plataformas funcionen”, señala Liliana Arroyo, investigadora de Esade y autora del estudio.

Arroyo explica que la respuesta para trasladar los mecanismos tradicionales de confianza a su versión digital en un entorno (como es internet) que es la antítesis de la familiaridad ha sido fabricar toda una arquitectura de la confianza. “Estos sistemas no sólo gobiernan nuestras búsquedas digitales, sino también nuestro comportamiento offline. Dejamos una huella digital que juega a favor de la confianza porque con nuestras valoraciones estamos facilitando que otras personas confíen”, señala. Es decir, dejamos la confianza en manos de otros, de la masa. “Es la versión digital del dónde va Vicente, va la gente”, apunta Arroyo.

En internet, la confianza pasa a ser algo más objetivable y medible mediante la reputación. Pero no es un sistema perfecto. Arroyo destaca algunos sesgos, como la validez y fiabilidad de los datos, los difusos límites entre transparencia y privacidad, la reproducción de patrones de discriminación por género o raza o la perversión de un sistema en el que las plataformas son las que deciden cuándo algo es confiable o no según sus propios intereses.

El riesgo es acabar viviendo en una dictadura de la reputación, como mantiene el estudio, en la que la valoración constante pueda pasar de reforzar las buenas conductas a premiar la capacidad de quedar bien ante el sistema establecido. “Nos estamos poniendo en un escaparate y estamos poniendo en juego nuestra libertad, facilitando el control social. Necesitamos un sistema que genere equilibrio, y es algo que hay que discutir ahora y no cuando suceda un desastre”, sostiene Arroyo.

  • Pasaporte para la economía online

Ya hay algunas iniciativas que afrontan este presente y futuro de la digitalización de la confianza. El estudio de Esade y Fundación E&Y España destaca algunas de ellas, como Traity, una startup que ha desarrollado un sistema de reputación online para personas basado en la huella digital. “Elegimos compartir trayecto con una conductora de 5 estrellas aunque tengamos que pagar un poco más pero tal vez no lo hagamos si nos cuesta el triple, lo que significa que le estamos poniendo precio a la reputación. Por tanto, esta se puede medir, y en ello se basa nuestro modelo”, explica el fundador de Traity, Juan Cartagena.

La misión de este emprendedor es otorgar una especie de calificación crediticia “a la buena gente que parece mala porque no ha estudiado en Harvard o trabajado para McKinsey”. Traity nació de un problema que él mismo sufrió en sus carnes: se mudó a Estados Unidos y se encontró con que le pedían un depósito de 14.000 euros para alquilar un piso, o un avalista por valor de 40.000 euros. “Es un seguro por desconfianza, una barbaridad que limita el acceso a oportunidades”, afirma. El próximo mes de junio lanzará en Australia, junto con una aseguradora, una iniciativa que elimina los depósitos al alquiler. También quiere introducirlo en España, aunque sostiene que no se puede “debido a la regulación”.

“En un mundo cada vez más online, este pasaporte reputacional es fundamental para la relación de las empresas con sus clientes, ya que ofrece seguridad de con quién están trabajando”, asegura Javier Garilleti, director de la Fundación E&Y España. En su opinión, el concepto de confianza es “la piedra angular en un mundo de plataformas donde las relaciones se establecen con anónimos”. Cree que es imprescindible que todos tengamos algún tipo de soporte que reúna la información de quién y cuán confiables somos, y en este sentido ya vamos tarde. “En general, no se es consciente de la relevancia del tema. Mientras la tasa de cambio tecnológico se acelera, las empresas y las personas siguen avanzando a un ritmo analógico”, sostiene.

La ciencia de ahora

Según lo que midamos, todos somos muy inteligentes o muy tontos

Según lo que midamos, todos somos muy inteligentes o muy tontos
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Una persona que es fuerte físicamente, lo es en todos los contextos: levantando pesas, empujando una puerta, haciendo un pulso. Sin embargo, eso no es lo que ocurre con la inteligencia.

Cuando alguien es muy inteligente o brillante intelectualmente en un contexto, puede parecer tonto en otro (como la idea del clásico genio científico que, sin embargo, no sabe comportarse en sociedad o expresar sus sentimientos). ¿Por qué la inteligencia es tan variable y parecemos tontos o listos en función del contexto o de lo que midamos?

Los procesos cerebrales de la inteligencia

Todavía resulta muy discutible que dispongamos de uno o de más tipos de inteligencia, y cuando nos sometemos a un test que mide nuestro cociente intelectual en realidad obtenemos una cifra que representa nuestro núcleo básico general de la aptitud intelectual, no la inteligencia en todas sus vertientes: como medir el armazón de una casa sin tener en cuenta los muebles.

Aún no sabemos muy bien qué define exactamente esa inteligencia general o armazon de nuestro intelecto. Algunas hipótesis apuntan a la llamada memoria de trabajo (las estructuras y procesos usados para el almacenamiento temporal de información y la elaboración de la información), pues ésta suele estar muy correlacionada con las puntuaciones en el CI. Sin embargo, este vínculo quizá existe porque el diseño de los test de CI favorece a quienes tienen gran memoria de trabajo.

Con todo, la memoria de trabajo no explica ni mucho menos toda nuestra inteligencia. Raymond Cattell y John Horn diseñaron unas técnicas de análisis que detectaron, fundamentalmente, dos tipos de inteligencia.

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Fluida y cristalizada

La inteligencia fluida es la capacidad de emplear información, trabajar con ella o aplicarla. Por ejemplo, la inteligencia que usamos para averiguar por qué alguien se ha enfadado con nosotros, o la que usamos para resolver un cubo de Rubik. Tenemos información nueva y debemos averiguar qué hacer con ella.

La inteligencia cristalizada es la información que hemos almacenado en la memoria y que podemos uasr para sacar partido a las situaciones. Conocer todas las capitales de los países del hemisferio norte es un ejemplo de inteligencia cristalizada, como también lo es aprender un segundo idioma. Como resume Dean Burnett en El cerebro idiota:

La inteligencia cristalizada es el saber que hemos acumulado, mientras que la inteligencia fluida es lo bien que se nos da usarlo o tratar con situaciones poco familiares para nosotros pero que necesitamos resolver del mejor modo posible.

Perdemos inteligencia fluida con la edad, pero la cristalizada se mantiene a lo largo de toda la vida. Ambos tipos de intelgiencia son interdependientes. Pero si nos empeñamos en medir solo una frente a la otra, parecemos tontos o listos, según.