Lo de menos es que la recreación que ha hecho el genial artista sea más o menos fiel. Hoy día lo políticamente correcto es pintar guapos a los neandertales, no con el aspecto de bestia parda con que nos los imaginábamos antes de leer «El Clan del Oso Cavernario».
Y es que, como ya sabemos gracias a Arsuaga, Bermúdez de Castro y sus secuaces, los neandertales eran una civilización avanzada, como nosotros o incluso mejores (hay quien sostiene, y es una hipótesis creíble, a la par que atractiva), que se extinguieron porque ganaron los fuertes, que eran muchos más, a los inteligentes y pacíficos).
Los hallazgos encontrados en Atapuerca dan informaciones impresionantes sobre la vida, las costumbres e incluso, las enfermedades de los humanos que nos precedieron. Los restos craneales de Benjamina, una niña de 12 años, demuestran que al nacer padeció una hidrocefalia que la hizo malvivir toda su infancia, posiblemente entre horribles dolores y gracias, quizás, a algunas intervenciones quirúrgicas (¿trepanaciones? ¿entre los neandertales?).
Pero lo importante, y lo innegable, es que sus familiares decidieron mantenerla con vida y la cuidaron durante todo el tiempo que logró sobrevivir. Un ejemplo de integración que brilla por su ausencia en varias (muchas) de las civilizaciones sapiens con las que convivimos en nuestro mundo. Nada que ver con una vida salvaje y despiadada.