¡Pasen a ver… el circo!
Suena, por supuesto, la música de los caballitos, habitual en un acontecimiento como este. Imaginaos el espectáculo de las tres pistas en una gigantesca carpa denominada (también) cancha de baloncesto. En una de ellas, haciendo honor a la música, un carrusel interminable de cambios, en un equipo empeñado en la ardua tarea de repartir, no ya los minutos, sino hasta los segundos de juego (y es que el tiempo, amigos de 3º, es una dimensión relativa, pero que a pesar de ello, puede ser fragmentada hasta límites infinitesimales). Es lógico, dado que estamos estudiando el Universo y los fenómenos cósmicos, que la velocidad de la luz fuera la referencia para solicitar a la mesa de anotadores (no siempre) cambio tras cambio. El partido era lo de menos, porque la atención estaba presa en una cárcel formada por las manijas de un reloj (¡qué barbaridad, lo que me ha salido!).
En la pista de enfrente, un ejército de saltimbanquis realizaban sus acrobáticos ejercicios, que algunas veces terminaban en canastas, y otras, en el rugido de Pedro Picapiedra (¿verdad, Antonio?). El atlético equipo de 4ºA unió a una asfixiante presión defensiva una anticipación en los pases verdaderamente espectacular. Tenía que llegar el día de ver juntos en el campo a Carlos Masía y a Alejandro Fernández. Si a ellos se añade el también saltarín Antonio Blanco, todo un espectáculo de velocidad (y a veces de contorsionismo) y además se deja maniobrar en libertad a unos tigres denominados Gonzalo, Iván y Víctor, el espectáculo está garantizado.
La tercera pista, en el centro, estaba ocupada por el señor árbitro, al que casi ni le daba tiempo a distraerse con las cabriolas de unos o los esfuerzos de los otros en sortearlas, pues bastante tenía con no marearse cada vez que montaba en el tiovivo (los susodichos cambios).
El resultado fue lo de menos. Es cierto que los «pequeños» no parecieron disputar el partido (toda la organización que mostraron hace poco frente a las chicas de 4ºM brilló por su ausencia). Sintomático fue, en este sentido, el afán por pasar desapercibido de Ángel Riesgo, el líder del equipo, quizás dolido por los comentarios vertidos en este blog en el anterior partido (¡fuiste MVP gracias al carácter y la garra que mostraste en la pista, no tienes que hacer de bueno!). Les faltaba saber quizás, que sus rivales habían perdido, casi con el mismo equipo, con las de negro (hace ya dos meses, ver entrada dedicada)
Ganaron 31-5 los de 4ºA, en parte por su ya comentada defensa y en parte por la interminable sucesión de tiros libres fallados por sus enemigos (¡collejas para todos los que vea tirando de tres en vuestro próximo calentamiento!). Y es que los de 3º tuvieron «bonus» en tres de los períodos, y lanzaron no menos de veinte veces desde la raya de personal. Es cierto que tenían complicada la victoria, pero el resultado podría haber sido muy diferente.
Por los «mayores» jugaron:
Víctor Herranz, defensor pegajoso y pertinaz, fue un gran peón en la «primera línea» de su equipo. Dificultó sobremanera la salida del balón adversario, robó balones, hizo personales (a veces incluso necesarias) y marcó una sorprendente canasta recibida con la algarabía general.
Iván Herranz demostró que sabe a lo que juega. Luchó mucho en el campo y también contra la urgencia que le dictaba el reloj. Insistió tanto en que se tenía que ir que se olvidó, cuando le sentaron, que en realidad le gusta el baloncesto (y no le hizo falta jurar que se hubiera quedado). Defendió bien, colaboró en el rebote y recuperó más de un balón. En ataque, ayudó con criterio a mover la bola, aunque no tuvo suerte con la canasta (lo intentó poco)
Gonzalo Marín fue el aguerrido defensor de siempre. Con el balón no tuvo errores, y pasó siempre bien, demostrando que los tigres, además de fieros, pueden ser inteligentes. No tiró apenas (mucho chupón había, lo sé)
Alejandro Fernández reaparecía tras larga e involuntaria ausencia. Demostró sus dotes reboteadoras, su poderío intimidador y su capacidad para interceptar los pases (es un peligro lanzar un pase lejano que vaya a menos de cinco metros de distancia de donde está), lo que hace, a veces, «traidoramente» agazapado. Metió la canasta del partido, con un jugador (creo que el Sr. Morillas) colgado de su brazo (para un total de cuatro puntos).
Carlos Masía, el capitán que los manda (y manda mucho), ya convertido en estrella, salió al campo convencido de la victoria y con el firme propósito de tirar de su equipo. Robó balones, impidió la subida de balón, defendiendo casi siempre en la vanguardia, y protagonizó veloces y letales contraataques. Pero es que también hizo de base, reboteó espléndidamente y anotó muchos puntitos del «pescador» bajo el aro enemigo (¡el nuevo Raúl Orejana!). 23 puntos que lo dicen todo.
Antonio Blanco, colaborador esencial en el rebote, interceptó también muchos pases y ayudó además en la circulación del balón. Su velocidad y su flexibilidad siguen causando sensación, pero, a su pesar, fue el protagonista del tiro más estrepitoso sobre la canasta de todo el año. Fue un contraataque en el que se escapó y llegó solo a la zona contraria. Ante la expectación general por los ¿probables? dos puntos, Antonio soltó un lanzamiento de baseball que dejó tiritando (a pesar del calor que hacía) el tablero (el rebote lo cogieron en el medio campo).
Samir Mohamedi jugó poco y estuvo algo frío, a pesar de lo cual dejó muestras de su buen hacer. Su aplomo y su estilo reposado sientan bien en este equipo, tan repleto de gente «acelerada». Metió una canastita.
Por los de 3º estuvieron:
Alberto Sebastián, el capitán, impuso cordura y lógica en los cambios (pero estos se producían con tantísima frecuencia que el asunto le terminó costando una técnica) y jugó con su sobriedad y eficacia habituales, tanto en defensa como en ataque. Movió siempre con criterio el balón.
Adrián Reina lució más que otras veces. La primera canasta del partido fue suya, y eso le dio confianza para, no solo subir el balón sin problemas, sino para hacer una buena selección de tiro. Solo la mala suerte le privó de obtener una más alta anotación. Impecable en defensa y en la circulación de la pelota.
Adrián Fernández es la eterna historia del gigante que quería ser bajito. Su pasión por el bote de balón y por el regate (cosas, por demás, que intenta hacer, y desgraciadamente le salen, con una sola mano («one-hand player»), provocan una falta de colocación en el rebote de ataque y un caos de las posiciones ofensivas bastante lamentables para los suyos. Le faltan fundamentos tácticos (cómo jugar de pivot), porque los técnicos los tiene. Metió un tiro libre, pero los lanzamientos de personal son otra de sus asignaturas pendientes, y es una verdadera lástima, porque sabe entrar a canasta con valentía y decisión, provocando muchas faltas.
Pedro Sánchez fue el luchador infatigable y el rocoso e inexpugnable defensor de siempre. Evitó varias canastas fáciles de los rivales (la biblia de la defensa), alguna vez utilizando en exceso la fuerza. Pasó siempre bien el balón y ayudó a subirlo correctamente.
Iván Morillas fue el bastión omnipresente bajo los aros (ante la «deserción» de Adrián Fernández). Suple ahí con lucha y potencia su falta de estatura. Cogió muchos rebotes. En ataque, intentó su tirito en suspensión, pero esta vez no tuvo suerte.
Carlos Nuevo, muy vigilado (ya le conocen), estuvo algo oscurecido en ataque, pero, a pesar de ello, fue el pilar (junto con Hugo) sobre el que se mantuvo la circulación de balón de los de 3º. Sus penetraciones y sus tiros a media distancia fueron siempre peligrosos. Metió una canasta (¡el 50% de las de su equipo!)
Hugo Flores intentó llevar la voz cantante, y en muchos momentos, gracias a él, pareció que el ataque de los suyos era incluso razonable. Defendió bien, pero en el aro contrario no tuvo el santo de cara, pues se le salió de dentro más de una.
Ángel Riesgo no fue el de otras veces. Cohibido y triste, quizás con poca fe en la victoria, se limitó a cumplir. Subió el balón eficazmente (ayudado por Adrián Reina y por Pedro) y pasó siempre bien, sin perder ni un balón (cosa de la que no pueden presumir muchos de sus compañeros). Se echaron en falta su capacidad de liderazgo y su visión estratégica del juego.
Francisco Tielas estuvo peleón y luchador (lo cual no es lo mismo). Pegajoso y duro en defensa, se libró de algún que otro «rifi-rafe» yéndose al banquillo por propia voluntad (es que puede ser muy «reboleras», pero no tiene un pelo de tonto). Comedido en ataque, se echó en falta alguno de esos tiros desde Cuenca, aunque se hicieron notar su velocidad y sus buenos fundamentos.