Si en 1996 hubiese funcionado este blog, la venida al mundo de la oveja Dolly habría tenido un sitio de honor. Casi 28 años después, cuando las técnicas de clonación de animales se han instalado a nivel industrial (hay empresas dedicadas a ello), los émulos de Ian Wilmut han logrado un hito que parece decisivo, el nacimiento de un chimpancé a partir de células de placenta y con un rendimiento aceptable, teniendo en cuenta el número de intentos.
El equipo del investigador chino Qiang Sun llevaba unos años intentando, con pobres resultados, la clonación de chimpancés. Lo ahora conseguido, evidentemente, nos acerca un poco más a ese futuro distópico que nadie (¿nadie?) desea, es decir, la obtención de seres humanos copias idénticas de sus progenitores. Sun asegura que, entre sus intenciones, solo están conseguir avances en el tratamiento del cáncer, de enfermedades cerebrales degenerativas y de trastornos psiquiátricos (la esquizofrenia).
De momento, en un mundo ya preparado, legalmente, para poner freno a los excesos de la ciencia, las tiernas imágenes de Retro ( que así han llamado al lindísimo espécimen) nos hacen dudar sobre el futuro y el destino de la experimentación animal.
En el siguiente artículo se amplía la información (y se añade un vídeo) acerca de este interesante tema. Haz clic aquí.
Napoleón abdicando en Fontenebleau (Paul Delaroche, 1846)
(Esta entrada contiene numerosos «spoilers». Abstenerse, si así lo consideran conveniente, quienes no hayan visto la película)
Introducción
Loables son las intenciones de Ridley Scott por retratar con objetividad (a través de las cartas), la vida conyugal de Napoleón y Josefina, o, más bien, el amor incondicional (no correspondido) que él le profesaba.
Son también disculpables las licencias cinematográficas que, en pro de la acción, se permite el director británico. No consta que, aquejado de cistitis, el corso participase en la carga de caballería de Waterloo. Tampoco que asistiese a la decapitación de María Antonieta. Nos tragamos, mal que bien, que Joachim Phoenix (de 49 años) interprete, apenas sin cambiar, 30 años del emperador francés. Y estamos dispuestos a disculpar las notorias ausencias de Fouché (incombustible «fontanero» de la policía y el espionaje francés durante 50 años), la emperatriz Maria Luisa (¡aparece menos de 1 minuto!) o los mariscales Ney, Murat y Grouchy (éste, decisivo en Waterloo).
Crítica
Lo que ya no es de recibo, y más en una película histórica (¡de un director inglés!) es la terrible ausencia de un hilo argumental comprensible. Van desfilando escenas a las que se quiere dotar de trascendencia y solemnidad, inconexas y sin ninguna explicación. Scott parece contar con la erudición de los espectadores, sin ningún afán didáctico. ¿Qué hacía Napoleón en Tolon? ¿Contra quién fue la batalla de las Pirámides? ¿Quiso el gran hombre a María Luisa? ¿Por qué le odiaban tanto los ingleses? ¿Hizo algo provechoso en su vida? Y lo de menos es que no aparezcan ni España ni Trafalgar (tampoco hay mención de Italia), porque parece que con tanto dinero gastado en pólvora y efectos sonoros, no ha quedado un solo duro para mapas.
Desde luego, 147 minutos dan para algo más que para un álbum de cromos, y el narrador de grandes historias («Los duelistas», «Alien», «Blade Runner», «Thelma y Louise»), que ya patinó enormemente al llevar a la pantalla «El Reino de los Cielos» (fracaso enorme, salvado, pero poco, en taquilla, por el tirón de rutilantes estrellas de Hollywood), lo ha vuelto a hacer en este «Napoleón», que no se sostiene ni mínimamente.
Dividida, a saltos, en 2 partes, cuenta, a saber:
Las intimidades de Napoleón y Josefina
Las batallas, el ascenso y la caída del gran hombre
El primero de ambos temas adolece de falta de profundidad en los personajes. En el segundo, con una puesta en escena espectacular, se prescinde de cualquier explicación o análisis de la situación (no ya de la militar, sino, especialmente, de la política). Pero vayamos por partes:
El guion y los personajes
Si el retrato de los protagonistas ya rechinaba en «El Reino de los Cielos», aquí el ridículo es asombroso. Las caricaturas de los cruzados (en aquélla»), se convierten aquí en una sátira de personajes superficiales y carentes de ningún atisbo de inteligencia. Quizás se salva, en este sentido, un correcto Barras (Tahar Rahim).
Napoleón (Joachim Phoenix) parece deficiente: triste, solitario, serio, machista, nefasto amante, poco comunicativo, engreído y ambicioso. Se ignoran su habilidad como político, su cultura, su amor por las artes y las ciencias o su labor legislativa y a favor de los derechos humanos.
Josefina (Vanessa Kirby) no sale tampoco bien librada. Arribista y seductora, aparentemente atormentada, parece soportar a duras penas a su marido, y solo destaca por ser infiel y por haberse quedado estéril (¿a alguien no le ha quedado claro que era culpa suya no haber dado hijos a Napoleón?).
¡Y qué decir de Wellington (Rupert Everett)! Grave, soberbio, hierático y distante, parece que compite con su enemigo en ver quién mira a quién con más inquina. Se olvida, además, que en tierra no era ningún patán (no es lógico que el corso despreciase al que había derrotado a los franceses varias veces en España).
Respecto a los diálogos, debo decir que dan una pereza enorme. Cada línea es una frase lapidaria. Todo el guión parece sacado de un manual de citas célebres: «¡Es por el bien de Francia!», «¡El mundo me recordará!» «¡Inglaterra se arrepentirá de esto!» No hay un solo atisbo de la naturalidad, del humanismo o la sensibilidad de los personajes de «Blade Runner» o de «Thelma y Louise».
Las batallas
Parece hecho a propósito que, siendo especialista el corso, las andanadas de artillería estén especialmente cuidadas. Pero las cargas de caballería y los combates cuerpo a cuerpo están pobremente coreografiados (solo la muerte del caballo en Tolon resulta creíble). Y ya he dicho lo de la estrategia militar, las explicaciones brillan por su ausencia.
Respecto a los sucesos de Waterloo, se resumen, los 3 días de batalla (en diferentes escenarios), en la escaramuza final contra los ingleses. Desde luego, la impaciencia de Napoleón y el exceso de confianza en sus fuerzas fueron un factor importante. Faltaba ya el cuñadísimo Murat, el mejor de sus jefes de caballería, pero hubo un factor decisivo que los (supuestos) asesores de Ridley Scott han despreciado: la ausencia de los 30.000 hombres del mariscal Grouchy, empecinado en seguir al pie de la letra las órdenes recibidas, a pesar de que le constaba dónde estaba el fuego. Todo ello está magistralmente narrado en «Waterloo» (1970, Sergei Bondarchuck), con unos Rod Steiger y Cristopher Plummer magistrales. El director ruso ya había llevado a la pantalla, con gran éxito, «Guerra y Paz» (1956).
Es una película extraordinaria. Os la recomiendo encarecidamente. Ahí la tenéis:
Una buena opción
En 2002, los franceses impulsaron una coproducción, en forma de miniserie, que recrea magistralmente las circunstancias vitales y retrata de manera muy realista (y objetiva) a Napoleón y a quienes le rodearon. Christian Clavier borda el papel, pero además le secundan, de manera genial, el taimado e incombustible Fouché (Gerard Depardieu) y el inteligente Talleyrand (John Malkovich).
A continuación os pongo el primer capítulo. Los cuatro están en Youtube y son de acceso libre:
Conclusión
Desde luego que Napoleón fue un déspota, un dictador y un genocida. Pero poner carteles de las muertes que provocó no es una explicación del contexto histórico en el que se produjeron. En Siria, en Egipto, en España, dejo muestras de su pasividad ante las tropelías de sus soldados. En Palestina fue él mismo el que ordenó la masacre de los habitantes de Jaffa. En la misma Francia no tuvo reparos en disparar contra sus conciudadanos. Su país no le perdona tampoco los excesos cometidos en las levas forzosas para nutrir los ejércitos de la Grande Armée. Pero el miedo de las monarquías europeas no era a Napoleón en sí, sino a las ideas liberales y republicanas que quería exportar. Su gran fracaso fue que teniendo el genio militar de Alejandro Magno, careció de la habilidad política del macedonio para ganarse a los pueblos que conquistaba.
No se puede olvidar, no obstante, que, a pesar de ser una persona con más oscuros que claros, luchó por los derechos humanos, acabó con la Inquisición, instauró la libertad de culto y protegió a los judíos. Su ingente labor legislativa quedó para la posteridad (el famoso»Código Napoleónico», por ejemplo).
La ausencia de una mínima mención a sus aportaciones retrata de manera notoria la visión que da de él la película de Ridley Scott.
Hasta ahora, el tema de los contaminantes plásticos era poco menos que insoluble. Desde hace años, una vía esperanzadora era la que investigaba los gusanos «comedores» de plástico, pero hay ahora un camino alternativo.
El experimento consiste en extraer genes de una araña que fabrica una tela de extraordinaria resistencia (la araña de corteza de Darwin, originaria de Madagascar) e insertarlos en gusanos de seda. La consecuencia: gusanos capaces de producir la mismísima tela de la susodicha araña.
Y como los gusanos son facilísimos de cultivar, ya está el lío preparado.
El equipo chino que ha conseguido el éxito en esta ingeniosísima técnica ya se prepara para conseguir el Novel de Ciencias Ambientales y Ecología (¡si lo hubiera o hubiese!), porque sería la solución definitiva al tremendo problema del vertido de plásticos: la tela de araña es un producto natural, y, por lo tanto, biodegradable.
El extraordinario musical sobre la vida de la genial reina del rock ha puesto en el pedestal que le correspondía a esta impresionante cantante y mujer.
Con 83 años, retirada de la vida activa, en Suiza, acompañada de su familia, ha fallecido Anna Mae Bullock.
Como al final os pondré el acceso a un reportaje sobre su vida, me dedicaré a recordar, en unos cuantos vídeos, mis canciones favoritas.
Las coreografías fueron muy importantes en la puesta en escena de Ike and Tina Turner. Una de las mejores, sin duda, es la que se marcan las chicas en esta adaptación de un tema de Sly and The Family Stone, «Take you Higher», en 1969. El magnetismo escénico de nuestra amiga es notorio.
El segundo vídeo es el de la canción por la que la conocí, la primera suya que Mr. Turner le dejó interpretar, ya convencido de que la que tiraba del carro era su mujer: cantante, bailarina, y, además, compositora. ¡Chúpate esa, Ike! «Nutsbury City Limits», traducida en español, como «Los Límites de mi Ciudad».
Una Tina ya independiente aparecía en «Tommy» (1975), la película sobre el musical de Peter Towsend y The Who, en un papel hecho a su medida, la Reina Ácida, que muestra en todo su apogeo su desgarrada voz y su apuesta inequívoca por el rock.
Pero el gran éxito de su vida (con perdón de la relativamente reciente «Simply the Best»), fue, sin embargo, este «Pround Mary». La canción, original de John Fogerty(Credence Clearwater Revival) acaba en un frenesí, cosa que poco podían imaginar los maestros del country rock.
Su otra importante aparición en la gran pantalla fue en 1985, en «Mad Max, Más allá de la Cúpula del Trueno», tercera película de la hiperviolenta serie (que recientemente ha tenido una secuela). De las dos canciones que interpreta, la que viene a continuación es magistral. Abstenerse personalidades sensibles.
Y como ejemplo de las múltiples colaboraciones que reservaba para sus amigos (la canción que canta con David Bowie ya os la puse, ver entrada dedicada al británico), ahí tenéis una de un concierto de Mike Jagger en Japón, en 1988. Ambas estrellas en gran forma, como podéis observar. Por cierto, el baile, patentado y con copyright, que ha imitado con gran fidelidad Mike Jagger durante toda su carrera, se lo enseñó ella en una gira por USA en la que los Turner fueron teloneros de los Stones.
Espectacular, asombrosa, irrepetible y genial, la Reina del Rock ya es inmortal.
Lo de menos es que la recreación que ha hecho el genial artista sea más o menos fiel. Hoy día lo políticamente correcto es pintar guapos a los neandertales, no con el aspecto de bestia parda con que nos los imaginábamos antes de leer «El Clan del Oso Cavernario».
Y es que, como ya sabemos gracias a Arsuaga, Bermúdez de Castro y sus secuaces, los neandertales eran una civilización avanzada, como nosotros o incluso mejores (hay quien sostiene, y es una hipótesis creíble, a la par que atractiva), que se extinguieron porque ganaron los fuertes, que eran muchos más, a los inteligentes y pacíficos).
Los hallazgos encontrados en Atapuerca dan informaciones impresionantes sobre la vida, las costumbres e incluso, las enfermedades de los humanos que nos precedieron. Los restos craneales de Benjamina, una niña de 12 años, demuestran que al nacer padeció una hidrocefalia que la hizo malvivir toda su infancia, posiblemente entre horribles dolores y gracias, quizás, a algunas intervenciones quirúrgicas (¿trepanaciones? ¿entre los neandertales?).
Pero lo importante, y lo innegable, es que sus familiares decidieron mantenerla con vida y la cuidaron durante todo el tiempo que logró sobrevivir. Un ejemplo de integración que brilla por su ausencia en varias (muchas) de las civilizaciones sapiens con las que convivimos en nuestro mundo. Nada que ver con una vida salvaje y despiadada.
Pasando, de puntillas, eso sí, sobre los aspectos sórdidos del asunto, como la actitud poco ética de algunos de los rescatadores o la historia familiar de malos tratos, y centrándonos en lo esencial, es decir, la extraordinaria historia de lucha y supervivencia de los 4 niños indígenas en la selva colombiana, hay que decir:
Glauco y Gleison Ferreira, dos de los niños supervivientes
1º) Que ningún niño occidental, bien educado y alimentado, hubiera conseguido algo así. Solo la vida en plena naturaleza consigue milagros como éste. Aislados, a merced de los acontecimientos climatológicos o de los depredadores de la selva amazónica, solo una cultura de supervivencia puede conseguir algo así. Esconderse de los jaguares o evitar las serpientes ya resulta difícil de entender, pero alimentarse durante tanto tiempo sin ingerir tóxicos o venenos, resulta impresionante.
Instantes previos a la evacuación definitiva
2º) Que debemos reflexionar sobre los efectos beneficiosos que tiene el medio ambiente sobre la especie humana. A los desalmados individuos que solo piensan en una fuente inagotable (??) de materias primas, a las empresas madereras que deforestan sin freno bosques milenarios, a las industrias metalúrgicas que esquilman el subsuelo, a los políticos que se enriquecen o consienten, hay que decirles: La vida sale adelante, y os sobrevivirá, y este ejemplo de resiliencia es solo una muestra de la esperanza que tenemos en el género humano y su coexistencia con una naturaleza rica y generosa.
Si del ejército se tratara, una degradación así sería muy humillante. Pero se trata de bambalinas y de galardones. La Reina de Hollywood, antiguamente llamada la Reina de las Lágrimas (por lo magistralmente que llora, y provoca el llanto, en la pantalla), ha sido premiada con la máxima distinción hispana en las Artes, el Princesa de Asturias.
El jurado ha destacado, además de su brillante trayectoria cinematográfica, su incansable lucha por los derechos de la mujer y sus irrenunciables valores morales.
La actriz, nacida en Nueva Jersey hace 73 años, ha desarrollado una carrera esplendorosa en el cine, el teatro y la televisión, interpretando desde dramas hasta comedias y hasta cantando muy decentemente. Difícilmente nadie podrá superar sus 17 nominaciones al Oscar (3 premios). Solo Katharine Hepburn, con 4 estatuillas, la supera (con solo con 12 nominaciones).
Como homenaje de este cinéfilo, rendido admirador, a la sazón, no puedo por menos que aportar una pequeña muestra de sus mejores trabajos, o, al menos, de los que más me han impresionado.
Fue a finales de los 70 cuando una jovencísima Streep saltaba al estrellato. En la miniserie «Holocausto» (1978) ya dio muestras de su naturalidad y su vena dramática. Inmediatamente consiguió destacar entre el tremendo reparto de «El Cazador» (1978, primera nominación). Un año después, haciendo de «malota» en «Kramer contra Kramer» consiguió su primer oscar (actriz secundaria). Os pongo un par de trailers.
En la década de los 80, ya consagrada, consigue su segundo Oscar, el primero como protagonista, por «La Decisión de Sophie» (1982). Tres grandes films vienen a continuación: «Silkwood» (1983), «Enamorarse» (1984) y «Memorias de África» (1985). De la segunda os pongo 2 vídeos (es una de mis debilidades cinematográficas).
No he conseguido ningún trailer en español, pero basta ese último fragmento de la banda sonora para comprobar la química entre esos dos «piezas». Y hablando de «química», qué decir de la que tenía con Clint en «Los Puentes de Madison» (1995).
En los 2000 hace grandes interpretaciones en dos estupendos films: «Adaptation (El Ladrón de Orquídeas, 2002)» y «La Duda» (2008). También es de este año «Mamma Mía», donde ocupa el centro de la trama y entona muy bien las agradables canciones de Abba.
El 2011, en plena moda de los «biopic», protagoniza «La Dama de Hierro», consiguiendo bordar el papel de la Thatcher y su tercer Oscar.
Lo más reciente y notable, ya para acabar, ha sido, en su vis más cómica, su papel de presidenta americana de «No Mires Arriba» (2021), sátira del negacionismo climático y la política de su país en general.
Todo en este tema parece (o es, más bien) de ciencia ficción. Y no voy a hablar de las graves amenazas que en todo el mundo se han detectado sobre la población de insectos, que eso será otro día. Se trata de enfrentar una enfermedad vírica sin tratamiento, que afecta a millones de personas cada año y es endémica en más de 100 países: el dengue.
El caso es que, a pesar de las investigaciones en marcha, la vacuna ideal no aparece y la terapia no es lo suficientemente eficaz como para evitar la aparición, en algunos enfermos, de complicaciones.
El dengue produce fiebre, erupción cutánea, dolor de cabeza y bajada de las plaquetas en sangre. En principio leve, como una enfermedad catarral, eventualmente puede evolucionar a un cuadro clínico grave, con hemorragias, que puede ser letal.
Síntomas del dengue clásico
Y ahora llega la bomba. Tras años de luchar por la erradicación del mosquito, reputados científicos han optado por otra estrategia. Infectar mosquitos con una bacteria parásita (la wolbachia), que «compite» con el virus y les vuelve incapaces de contagiar el dengue. Liberados sobre zonas urbanas, se prevé que, al cabo de unos años, se conviertan en la población dominante de «Aedes Aegypti» (y produzcan únicamente molestas picaduras, como todos los mosquitos «buenos»).
La granja que se proyecta construir en Brasil fabricará 5.000 millones de mosquitos al año y aunque no cuenta aún con el beneplácito de la OMS, sus promotores aseguran que, al tratarse de una técnica «limpia» (no hay manipulación genética), no habrá mayores problemas para su inauguración.
El título podría ser el de una película de ciencia ficción de serie B, pero no engaña a nadie, en realidad, porque ya es famoso el aparato en cuestión. No solamente por su precio (bastante), sino por las operaciones de alta precisión que es capaz de realizar, incluso a distancia. Antes del COVID ya llevaba unos cuantos años trabajando telemáticamente y se hablaba de maravillosas operaciones dirigidas desde España y realizadas en el hospital Johns Hopkins de Nueva York.
El quirófano completo, con el robot de protagonista
La cirugía robótica ha alcanzado la madurez (los primeros actos quirúrgicos datan del año 2000). De fáciles intervenciones, de apéndice o próstata, se ha pasado a la cirugía cardiovascular, la neurocirugía o los trasplantes.
Precisamente es en esta especialidad, en la que nuestro país es referente mundial, en la que se ha producido la noticia que nos ocupa. Un equipo del hospital Vall d’Hebron, de Barcelona, ha logrado un hito histórico, al conseguir realizar un trasplante de pulmón utilizando la cirugía robótica.
La operación ha sido un éxito, y el postoperatorio, estupendísimo, dado que la incisión ha sido mínima: 8 centímetros, cuando la apertura hasta ahora era de 30, y mucho más traumática (se abrían y separaban las costillas). La vía de abordaje ha sido, con esta técnica, la zona bajo el esternón.
Después de años de acuerdos en lo fundamental, este viaje no acepto. Primero, me rechina la costumbre, ya institucionalizada, de nominar diez películas para el premio mayor. Eso no hace que haya más «mejores» películas que otros años. Es un «engañabobos», dicho de manera elegante. Segundo, en un curso francamente gris (por no llamarle negro oscuro), colmar de premios a un film no lo convierte en obra maestra. Y tercero, escatimar estatuillas a películas muy decentes y apañadas solo consigue que la taquilla les niegue el pan y la sal.
Las triunfadoras
Las tres que se lo llevaron casi todo fueron «Todo a la vez en todas partes» (7, de 11 nominaciones), «Sin novedad en el frente» (4 de 9) y «La ballena» (2 de 3).
La primera es una historia sobre esto tan de moda de los universos paralelos. Dirigida por Dan Kwan y Daniel Scheinert, es caótica, confusa, desaforada e ininteligible, con un montaje excesivo y unos efectos especiales desorbitantes (que quiere decir que se te salen los ojos de las órbitas, literalmente), y con un argumento que, sin tantas alharacas, habría dado para una excelente comedia: familia en problemas con Hacienda y en la que a la hija, lesbiana, le apetece dar la lata. No obstante, no se le puede negar cierto encanto «naif», aunque está muy por debajo de obras como «Origen» (niveles de conciencia, en vez de multiverso) o «Desafío total» (realidad virtual).
«Sin novedad en el frente» (Edward Berger) es la tremenda adaptación alemana de la famosa novela de Erich Maria Remarque, que muestra el absurdo de la guerra, en un tono descarnado e hiperrealista. Sin llegar a las cimas de «Senderos de gloria» (Stanley Kubrick, 1957) o «Attack» (Robert Aldrich, 1956), es una gran película.
«La ballena» (Darren Aronofsky), es la escalofriante tragedia de un hombre atrapado por su peso y su pasado. Con una puesta en escena mínima e intimista, emociona, estremece y no carece de destellos de humor. A pesar del tono teatral, cuenta una gran historia de una manera entretenida y eficaz. Os pongo el trailer subtitulado (es imprescindible oír a Brendan Fraser)
La pedrea
Los universos Marvel y Top Gun me dan un poco de pereza. Si veo «Black Panther: Wakanda forever» (Ryan Coogler, 1 oscar de 5 posibles) y «Top Gun: Maverick» (Joseph Kosinski, 1 de 6), cosa que no os aseguro, prometo actualizar esta entrada de inmediato.
El que no me da pereza, ni mucho menos (ni rubor confesarlo), es el universo Avatar (ni cualquiera que se imagine James Cameron). En esta segunda entrega «Avatar: el sentido del agua», el director canadiense vuelve a su mar tan querido («Abyss», «Titanic»), contando la subyugante historia de un mundo en decadencia, por la ambición de la especie humana y el inexorable «progreso». Animales contra máquinas, aborígenes contra invasores, naturaleza contra tecnología y una raza que lucha por sobrevivir. No hace falta seguir. Ya habéis notado que, para este «niño grande», se trata de la mejor película del año. (1, el de mejores efectos visuales, de 4).
Las (bien) derrotadas
«Almas en pena de Inisherin» (Martin McDonagh, 0 de 9) se merece el desastre. Una historia de amistad extraña, con un absurdo y disparatado desenlace. Collin Farrell y Brendan Gleeson salvan los muebles, pero si queréis ver un buen drama rural, os recomiendo «As Bestas» (Rodrigo Sorogoyen), y si queréis ver paisajes británicos, «El hombre tranquilo» (John Ford).
«Elvis» (0 de 8), empalagosa y barroca biografía del rey del rock (digna del cansinismo de Baz Luhrmann), cuenta, no obstante, con estupendas interpretaciones.
«Tár» (Todd Field, 0 de 6), es el tedioso (y pretencioso) retrato de una directora de orquesta, lesbiana y empoderada (tanto, que es insoportable). Personaje tóxico, tanto para su familia como para sus músicos, quiere mostrar la rigidez y la soberbia de unos reyes de la música clásica que ya no existen (hoy, los que están de moda son los amables y dicharacheros, estilo Dudamel o Baremboim). Cate Blanchet está odiosa, o sea, lo hace muy bien.
En esta categoría pongo también, a pesar de que me ha gustado, «El triángulo de la tristeza» (Ruben Östlund, 0 de 3), que es una original sátira sueca, entretenida y agradable de ver, sobre la lucha de clases y las vueltas que da la vida. Woody Harrelson, en el papel de borracho capitán de yate, bien hubiese merecido premio (no estaba nominado).
Y se me permitirá, por último, reseñar aquí «Ellas hablan» (Sarah Polley, 1 de 2), tedioso e infumable montaje sobre un grupo de mujeres de una colonia religiosa, víctimas de continuados ataques sexuales. La discusión sobre si se van o se quedan a defenderse daría para un buen debate televisivo, pero no para un largometraje. En su línea «políticamente correcta», la Academia le ha concedido el oscar al mejor guión adaptado.
Agravios y desagravios
La sensible y tierna historia de la infancia de Steven Spielberg, magistralmente narrada en «Los Fabelman», muestra también sus primeros pinitos en el cine. Injustamente derrotada (0 de 7), no hubiera estado de más que hubieran premiado el guión, la dirección o la interpretación de Michelle Williams (aunque aquí tengo una «tapada»: ver más adelante).
Y no pueden faltar, entre los agravios, los cometidos con «Babylon» (Damien Chazelle, un grandioso «fresco» sobre el Hollywood de los años 20 y 30 y el terremoto que supuso la aparición del cine hablado. Una tremenda banda sonora, una fastuosa puesta en escena, una magistral dirección de actores, un espléndido guión, una fotografía deslumbrante y, sobre todo, la, para mi gusto, mejor interpretación del año (junto a la de Brendan Fraser): la de Margot Robbie en el papel de Nellie LaRoy, trepa y aspirante a actriz. No estaba nominada (!!!!!)
Termino con la lista de desagravios, que no todo han sido olvidos y «atracos» en la lista de este año. Michelle Yeoh, que estaba estupenda en «Tigre y dragón» (Ang Lee), se lo ha llevado por fin (lo cual no está mal, hechas las salvedades anteriormente expuestas). Emocionantes han sido también los oscar al niño amigo de Indiana Jones (Ke Huy Quan) y a Jamie Lee Curtis (extraordinaria en «Mentiras ariesgadas» y «Un pez llamado Wanda») que, según la Academia, es mejor actriz que sus padres, Tony Curtis y Janeth Leight (y no seré yo quién le quite la razón). Y de justicia ha sido, para finalizar, el premio a Brendan Fraser, el hasta ahora encasillado actor de comedias juveniles («George de la Jungla»), convertido en eminente intérprete dramático.