
Mario Vargas Llosa era un genio. Quién ponga esto en duda, tiene un serio problema. No solo de gusto literario, sino de simple apreciación humana. Y que los humanos tenemos claroscuros es un hecho insoslayable.
El escritor
Reconozco que no he leído todas sus novelas. Sí he tenido el inmenso placer de haber terminado muchas. Entre ellas, sus grandes novelas históricas (mi género favorito): «La fiesta del chivo», «Tiempos recios» y «El sueño del celta». Las que yo llamaría «de ambiente costumbrista» también me gustaron mucho: «Conversación en La Catedral», «El héroe discreto» y «Lituma en los Andes». Y no olvido tampoco el placer de haber devorado «La tía Julia y el escribidor», «Elogio de la madrastra» y «Travesuras de la niña mala», relatos de base autobiográfica. Pendientes tengo «Pantaleón y las visitadoras» (vi, no obstante, la excelente adaptación cinematográfica), «La ciudad y los perros» («Los cachorros» me encantó) y «Cinco esquinas».
Sin embargo, con letras de oro y en mayúsculas, yo destacaría «La guerra del fin del mundo», un fresco histórico sobre la rebelión de Canudos, en el Brasil de 1896, con un desfile de personajes memorables, la descripción despiadada de la miseria y la desesperada lucha por la dignidad de los que creen en las utopías imposibles. Es una de las mejores novelas que he leído nunca, y mi recomendación más encarecida para quien no haya tenido el gusto.
La persona
Peruano universal, sin pelos en la lengua y siempre indómito y políticamente incorrecto, su ideología fue variando con el tiempo, de marxista juvenil a conservador «liberal» (según él). Últimamente solía significarse como feroz anticomunista. Sin embargo, también era profundamente anticlerical y antimilitarista. Sus posiciones a favor de la legalización de la drogas y los anticonceptivos le convirtieron en un personaje peculiar y controvertido. Y su militancia como demócrata radical, oponiéndose firmemente a cualquier tipo de dictadura le hacían, en resumidas cuentas, difícil de catalogar.
Mujeriego irredento, llevó mal la fama en sus últimos años, a pesar de haber buscado afanosamente la gloria literaria, cosa que consiguió, con el Nobel y la entrada en la RAE y en la Academia Francesa.
Personalidad desbordante, carisma indudable, imaginación y creatividad desenfrenadas, construyó un lenguaje, rico pero claro y comprensible a la vez, lleno de modismos de su tierra en las novelas de ambiente peruano y con un castellano torrencial y expresivo, tanto en sus escritos periodísticos, como en el resto de sus textos literarios.
Os dejo (haciendo clic aquí) un fragmento de «La guerra del fin del mundo». Descanse en paz, genio irrepetible.