Si no hubiera visto hace poco en el teatro Español de Madrid una versión de «Luces de Bohemia» no se me hubiera ocurrido ese título. A los «esperpentos» de Valle Inclán, poco se les puede discutir. Tampoco voy a ponerme a criticar , en general, la filantropía. Ya lo hacen muchos en las redes. Es una práctica aceptable y ética, una muestra de generosidad de quienes tienen mucho dinero, y, a veces, buenas ideas también para gastar algunos duros. Por supuesto es, además, una hábil maniobra de ingeniería financiera y una operación de marketing magnífica, que mejora estratosféricamente la imagen de la empresa o el individuo protagonista.
Una máquina de protonterapia es un complicado artilugio de tratamiento contra el cáncer, el último grito en las técnicas de radioterapia. La maldita enfermedad, cada vez más cercada por las nuevas tecnologías, como el PET (Tomografía por Emisión de Positrones) que diagnostica tumores a nivel celular, o estos mismos aparatos, que lanzan protones contra los tumores.
Y ahora viene lo del «esperpento filantrópico». El problema es que toda esta parafernalia es carísima. Amancio Ortega, hombre estupendo donde los haya (nadie duda de su buena voluntad) ha donado nada menos que 10 de estos aparatos (cada uno vale unos 28 millones de euros) a la Sanidad Pública española, sin tener en cuenta que no hay profesionales con la formación precisa para su manejo. Y no es cuestión decidir si el dinero estaría mejor gastado en la construcción de un hospital en Gaza o en el suministro de maquinaria pesada para las zonas afectadas por la DANA en Valencia, porque una cosa no quita las otras. A todos nos consta que el empresario gallego está implicado en muchas otras obras benéficas, pero ello no es óbice para denunciar el grave problema de formación de los médicos en las nuevas tecnologías, ejemplo donde los haya de las tremendas servidumbres de la medicina patria, sanitarios admirables luchando por salvar un sistema que se les escapa.
No hablaré, de momento, de las graves carencias de médicos en muchas especialidades o del afán privatizador de algunos políticos. De momento.
Asombrado y entusiasmado salí hace unos días de Teatro de Rojas, en Toledo, tras asistir al espectáculo de este indescriptible grupo canadiense (que lleva ya 20 años en escena, aunque por estos pagos es bastante desconocido). Os aseguro que, a pesar de haber ido a muchos conciertos, no había visto nunca nada igual.
El montaje, titulado «Playing Tom Waits» quiere ser un homenaje al cantautor (y apreciable actor) norteamericano, que, con su voz de ultratumba, tiene escritas (e interpretadas, aunque esto es opinable), unas cuantas páginas excelsas de blues y soul. Pero eso no es más que una excusa, porque el «circo» que se montan en escena los seis integrantes actuales de esta peculiar orquesta es un delirante caos «organizado» repleto de imaginación y con un desbordante humor.
Desde luego, la «performance» tiene mucho de «Les Luthiers», con instrumentos caseros y procedentes del reciclaje, menos sofisticados y «académicos» que los fabricados por los geniales argentinos, pero con un toque más de locura, como si el síndrome de Diógenes se hubiera apoderado del «tablao». Se aportan, además, elementos musicales de grupos como Pentatonix y sus poderosas armonías vocales. Si a ello añadimos que las dos chicas y los cuatro chicos son todos verdaderos multiinstrumentistas, además de estupendos actores, la fiesta está servida.
El siguiente vídeo es un resumen de lo que sucede en el espectáculo. Se tocan inusitados objetos, se emplean alimentos variados como instrumentos (¡espaguetis!), se consumen mandarinas o chocolate (y líquidos por identificar) y se aporrea sin piedad cualquier tipo de material (incluso humano) con cacerolas, sartenes o martillos, además de sorprender (aún más) al público con el lanzamiento de confetis, serpentinas, papel higiénico o madejas de lana.
Ni que decir tiene que, en este espectáculo concreto, varios de los integrantes del conjunto «clavan» la voz y la forma desgarrada de cantar de Tom Waits, como habéis podido comprobar.
Y para terminar, un extracto de «Kitchen Chicken», un tema en el que suenan (al fin), voces «puras» en el show
Muy divertido y recomendable espectáculo. Para todos los amantes de la música, y del humor, en general. Genial e inclasificable.
Hace tiempo que no escribía de baloncesto, pero lo sucedido al final de la primera prórroga del partido Eslovaquia- España, de clasificación para el Campeonato de Europa, ha hecho que me vea en la imperiosa necesidad de hacerlo. Cierto que, en este sentido, es decisivo mi pasado como árbitro.
Está meridianamente claro que se necesitan al menos 8 décimas de segundo para anotar una canasta después de recibir el balón. Por supuesto, ese tiempo incluye el agarre del balón en buena posición y el tiro, después de apuntar mínimamente. Obviamente, no estoy hablando de un palmeo (eso solo requeriría una décima).
Quedaban 4 décimas. España perdía por tres puntos. En el momento que refleja la foto, el jugador español ha tocado ya el balón para interceptarlo. Mario Ihring ha sacado torpemente (a pesar de ese fallo, se marcó un partidazo), y el reloj marca 0,3 segundos cuando Yusta se dispone a tirar (puede verse arriba, en rojo) . Al salir el esférico de su mano, un instante después, el crono marca 1 décima. El mecanismo automático del reloj denuncia el final del partido, al hacer sonar la bocina. Los árbitros anulan la canasta, que ha entrado de manera inverosímil (no es ocioso citar que 6 segundo antes, con España perdiendo de 6, Santi Yusta había «clavado» otro triple disparatado desde 10 metros). Poco después, tras la revisión, no pueden hacer otra cosa que dar por buenos los tres puntos, pues las imágenes son irrefutables. Y los equipos se disponen a jugar una segunda prórroga (que daría la victoria a España).
Ahora veamos el vídeo completo de la jugada.
El comentarista inglés no da crédito a lo sucedido. Pero… ¿qué es lo que ha sucedido? Un impenitente forofo no tendría dudas: gran error del jugador eslovaco y acto heroico del de Scariolo.
Señores, hay una cosa que para mí es indudable: con 4 décimas por jugar, a Yusta le da tiempo a cortar el balón, que cae al suelo, a cogerlo, y a tirar. Pero para eso hace falta, al menos, el doble de tiempo. El individuo del crono pone el reloj en marcha mucho después de tocar el balón nuestro héroe. Por lo menos, 5 décimas después. Lo suficiente para tirar y encestar, si se tiene suerte.
El fallo del cronometrador es de primero de cursillo de anotadores, al no darle al botón cuando toca el jugador español. Y es un fallo no corregible por los árbitros, que solo tienen como prueba las imágenes del reloj oficial. Eslovaquia puede quedar eliminada del Europeo por un fallo humano, pero no de uno de sus jugadores.
El deporte fue injusto, esta vez, con el equipo centroeuropeo. Porque la tecnología dictaminó que la canasta fue válida, y no era posible certificar que había habido un fallo humano.
Un cáncer de páncreas ha derrotado, a los 94 años, al gran Quincy Jones. Músico, productor, director de orquesta e individuo comprometido con numerosas causas sociales, el alma de la música negra desde los años 60, con una carrera irrepetible, ha sido idolatrado por el público y la crítica de todo el mundo, que le han reconocido como una de las personas más influyentes en la música (y fuera de ella) desde la segunda mitad del siglo XX.
Quincy Jones músico
Aunque siempre ha reconocido que su principal influencia ha sido Ray Charles, durante sus años jóvenes tocó la trompeta (de manera notable) en orquestas de jazz, como la del vibrafonista Lionel Hampton o la del saxofonista Dizzie Gillespie. Como músico de estudio, llegó a colaborar en la grabación de algunos de los discos de Elvis Prestley.
A final de los 50 formó su propia banda de jazz y en los 60 estuvo en Europa, aprovechando su estancia en París para estudiar composición y teoría musical (con Nadia Boulanger y Oliver Messiaen). También colaboró, años después, con Miles Davis y con su admirado Ray Charles.
Quincy Jones productor
Su tremenda carrera como productor comienza con Leslie Gore, con la que consigue varios éxitos. Como seguro que de nombre no os suena, ahí tenéis su «It’s my party»
Durante esos años trabaja, también con grandes resultados, con Frank Sinatra y con Count Basie. También es muy solicitado como arreglista, con gente muy notoria, como Ella Fitzgerald, Peggy Lee, Nana Mouskouri, Sarah Vaughan o Dinah Washington. Sin embargo, su gran bombazo no llega hasta 1979: produce «Of the wall», de Michael Jackson, que vende 20 millones de copias. Repite con el de Indiana con «Thriller» (1981), que bate todos los récords (65 millones de copias), y vuelve a insistir con «Bad» (1987), que se queda en solo 45 millones de discos vendidos.
Pero antes de la última colaboración con el menor de los Jackson, consigue la proeza de reunir a todas las grandes figuras de la música pop para recaudar fondos contra la hambruna en Etiopía. Sorprendido, según reconoció después, de la gran afluencia de divos, consiguió que grabaran «We are the World». No voy a ponerme a enumerar, os dejo con ellos:
De su trabajo como «hacedor» de «hits» se podría hablar durante horas. Hay dos vídeos que sí quiero que veáis (los de Michael a solas están muy vistos, conformaos con la foto). El primero es de George Benson, su famoso «Give me the night». El segundo, de Paul McCartney, acompañado de un individuo que no caigo ahora en quién es.
Quincy Jones compositor
No contento con trabajar como arreglista, director de orquesta y productor, cuando se aburría se dedicaba a componer bandas sonoras para el cine. La lista de sus películas es asombrosa, pero las más famosas son : «En el calor de la noche», «A sangre fría», «The Wiz» o «El color púrpura». Van 2. En el segundo vídeo, una chica y un espantapájaros se dirigen, en amigable armonía, hacia un camino de baldosas amarillas.
Quincy Jones activista social
También en este terreno su labor fue incansable. En los 60 apoyó a Martin Luther King. En los 70 y los 80 encabezó la lucha contra el hambre en el tercer mundo (que culminó en el «We are the World»). Se asoció en varias obras filantrópicas, durante muchos años, con Bono, el cantante de U2 y se ha destacado, asimismo en la lucha contra el síndrome de Down y en el apoyo a las víctimas del Katrina.
Buen productor, buen músico y buena persona. Te echaremos de menos.
Joe Bonamassa (arriba) y Jack Broadbent (abajo), con sus instrumentos de trabajo.
Introducción
Hoy va la cosa de virtuosos de la guitarra. todos de rabiosa actualidad, porque han pasado recientemente por nuestro país. Todos son muy recomendables y, por si no les conocéis, os pongo piezas escogidas. Uno de mediana edad, dos jóvenes y dos ancianos que se mantienen en forma
Joe Bonamassa
(el consagrado)
Neoyorkino, nacido en 1977, puede ser considerado, sin exagerar lo más mínimo, como el número 1 actualmente entre los guitarras de blues y blues-rock. Hablo, por supuesto, de los que están en activo (Eric Clapton sigue vivo). Ávido de aprender de los grandes, ya de joven figuró de telonero de BB. King y en sus discos acometía sin pudor versiones de Muddy Waters, Jeff Beck, Buddy Guy o Cream. Es notoria su facilidad para meterse en todos los charcos y salir triunfante. Además de dar charlas sobre blues en los colegios, son memorables sus colaboraciones con el mismísimo Clapton o sus conciertos con la grandísima cantante Beth Hart. Participa, eventualmente, además, en el supergrupo Black Country Communion (en el que canta Glenn Hugues, ex Deep Purple).
Os pongo 2 temas suyos. El primero fue el éxito inicial de su carrera, «A new day yesterday». El segundo, un duelo de guitarras con el también extraordinario Eric Gales. Todo, a ritmo de blues
Jack Broadbent
(el perro verde)
Francamente, confieso que nunca había visto nada igual. La «steel-guitar» es ese instrumento que parece un vibráfono, o más bien una especie de mesa con cuerdas donde se toca con púa y una cejilla. Pero este elemento sobrenatural, británico de 36 años, toca con una guitarra sobre sus piernas usando ¡una petaca metálica vacía!
Criado musicalmente en la calle, sus actuaciones en directo son incendiarias, llenas de ritmo y energía, elevando el blues-rock a una categoría superlativa.
Aquí tenéis un par de temas y, aunque canta bien, lo más impactante es verle en acción. El primero es «On the road again» de Canned Heat, en el Festival de Jazz de Montreux. El segundo, «Black Magic Woman», de Fleetwood Mac (tema que hizo popular Santana)
Marcus King
(el niño prodigio)
La jovencísima estrella de más rabiosa actualidad es este sureño norteamericano de 28 años, amante de la música blues y del country. Entre sus influencias cita a los Allmann Brothers y a BB. King (de quien es un excelso imitador). Su facilidad para tocar es asombrosa, y recuerda al mismísimo Jimi Hendrix. Además de componer y cantar de maravilla, toca todos los palos, desde los dos estilos citados hasta el rock, el jazz, el swing o lo que le echen. Un fenómeno.
Os pongo 2 vídeos. El primero es asombroso, porque, francamente, cuando se pone a puntear sin dignarse a mirar los trastes entras en estado de hipnosis (probad si os atrevéis). El segundo es un tema de BB. King, «Sweet Little Angel» (la guitarra no se llama «Lucille» de milagro)
Robben Ford
(el pedigrí)
Este ya es otro tema. Con 73 años (de la quinta de Bruce), este californiano tiene mucho historia detrás. Tocó en sus años mozos con Miles Davis (eso da pedigrí de músico de jazz), Joni Mitchell y George Harrison. Improvisa y canta muy bien, y con solo una guitarra y un magistral manejo de los pedales consigue sacar los sonidos de casi todos los instrumentos de cuerda. Os pongo 2 temas.
Steve Hackett
(la nostalgia)
Como veis, he dejado las «viejas glorias» para el postre. Genesis fue mi debilidad juvenil (me confieso «sinfónico» de toda la vida), y haber estado en el antiguo Pabellón del Real Madrid viendo «The Lamb lies down on Broadway», con Peter Gabriel y toda esa peña, me da una autoridad moral de la que muchos carecen (je, je, je). Ahí estaba ya Mr. Hackett.
De 74 años, el londinense no solo se dedica a vivir de recuerdos, pues en sus conciertos, además de revivir a Genesis, toca muchos de los temas de su posterior carrera en solitario. Uno de ellos es tremendo, con un crescendo final apoteósico: «Shadow of the hierophant». El otro es el impagable «Supper’s ready», de Genesis (observad al cantante, «clava» a Peter Gabriel). Ahí los tenéis. Ah, y perdonad la larga duración de ambos temas, pero se trata de verdaderas sinfonías con todas las de la ley (y no de esas tontunas del jazz o el blues, je, je, je)
Estamos acostumbrados a ver el efecto letal de los drones cuando se utilizan con fines militares. Los telediarios están llenos de imágenes tremendas, de los efectos devastadores de los malignos artefactos, hasta el punto de que identificamos ya el sustantivo con su uso mortífero, como si ya hubieran dejado de existir los robots teledirigidos en otros muchos ámbitos de la vida (ya dediqué, en este blog, una entrada al Da Vinci cirujano a distancia).
Por otro lado, los científicos están hartos de sufrir las críticas de la gran industria (y del público, en general) sobre la falta de aplicaciones prácticas que tiene la investigación básica.
En este contexto, haber conseguido introducir en el cuerpo de un animal miles de robots infinitamente pequeños para solucionar lesiones de difícil o imposible acceso, guiándoles desde el exterior hasta el lugar en cuestión, nos llena de esperanza y de grandes expectativas. Y es que la ciencia de la miniaturización ha alcanzado unos niveles impresionantes. El microsubmarino de «Viaje Alucinante» se ha convertido en artefactos 20 veces más pequeños que un glóbulo rojo. Y lo más importante, que esto ya no es ciencia-ficción.
No se me ocurría otro nexo de unión para titular esta entrada, porque estos señores solo tienen eso en común. Sus obras son variopintas y multicolores: dos «narco-thrillers», dos novelas «after-punks» y un relato autobiográfico, por ponerles adjetivos.
Guillermo Arriaga
El guionista, director y productor, que escribe magistralmente para el cine («Amores perros», «21 gramos» y «Babel», firmadas por Alejandro González Iñárritu; «Los tres entierros de Melquiades Estrada», de Tommy Lee Jones y «Lejos de la tierra quemada», que él mismo se encargó de dirigir), también es un excelso novelista.
El Salvaje
Publicada en 2016, trata de una historia de vidas cruzadas, en la que la acción tiene lugar en tiempos diferentes, y se centra en dos hermanos adolescentes de un barrio marginal de México DF y en un cazador inuit, que persigue a un gran lobo gris, en el territorio del Yukón, en Canadá.
Una novela de venganzas y de supervivencia, en la que no hay respiro, y que habla de intolerancia, de culpa, de perdón y de redención, con unos personajes grandiosos, convertidos en supervivientes, que se revelan contra su destino.
Salvar el fuego
Fechada en 2020, cuenta, también en forma de varias tramas, sin conexión cronológica, la relación entre un hombre arrastrado a la cárcel tras una infancia difícil y una mujer de clase alta devorada, literalmente, por ese amor imposible. La romántica y desesperada historia está contada desde ambos puntos de vista y aderezada con las terribles escenas de la vida del recluso y con la narración de su hermano mayor sobre el conflictivo pasado familiar. La violencia y sus consecuencias, la venganza (nuevamente) y el arrepentimiento cobran también un decisivo protagonismo.
El estilo literario es de alta escuela. Arriaga domina, tanto en este caso como en la anterior obra comentada, varios lenguajes, según el personaje que se exprese: el español académico, el «mejicano» y ese dialecto tan de moda llamado «spanglish».
Gonzalo Aróstegui
Madrid 3(Tres)
Navarro y residente en Madrid desde los albores del 2000, en ésta, su primera novela, editada en el 2004, cuenta las aventuras y desventuras de un joven de 20 años que llega a la capital a estudiar y ve cómo la vorágine y la movida de la gran ciudad le absorbe y le consume, entre desparrames nocturnos, trabajos eventuales y amoríos imposibles.
La narración, plagada de un humor descacharrante y de escenas surrealistas, transcurre de manera vertiginosa. A caballo entre «Historias del Kronen» y «Trainspotting», las influencias de William Burroughs y de Charles Bukovski son innegables. Estupendo y divertidísimo texto.
En los antípodas del día
Del 2012 data su segunda obra, en la que el protagonista cuenta sus andanzas como teleoperador en una empresa de servicios de TV e internet. Precursora de las acampadas del 15 de mayo, la crítica despiadada de la precariedad laboral centra la narración, que oscila entre los increíbles «diálogos para besugos» con los jefes (en el trabajo), los desvelos de los personajes en el resbaladizo terreno del sindicalismo y la amargura y melancolía por una vida sentimental y familiar perdida. Por momentos, ese Rafa, vampirizado por el curro nocturno, recuerda al Eusebio Poncela de «Arrebato», la película de Iván Zuloaga.
De retórica un tanto barroca y retorcida, con un lenguaje no tan directo como en «Madrid 3 (Tres)», la novela es un testimonio revelador sobre los entresijos del capitalismo y la eventualidad y esclavitud de los contratos temporales. A la sazón, recibió, tras su publicación, la elogiosa crítica de un comentarista radiofónico, y crítico literario, llamado Pablo Iglesias.
Alberto Serrano
Un político en minúsculas
Publicada en 2024, es la historia, contada por el protagonista, de las actividades políticas y administrativas que tienen lugar en la concejalía de una gran ciudad. La narración no tendría mayor relevancia si no se tratase de mi barrio (Latina). Serrano fue, además, edil de Hortaleza, con lo cual tenía a su cargo los dos distritos más poblados de la capital..
Pero además el interés reside en que muchas veces nos queda lejana la labor de gestión de las personas que ocupan cargos de responsabilidad. Se da el caso de que el autor manejaba un presupuesto gigantesco que puso, según cuenta, a disposición de todos los ciudadanos.
Carente de estilo, y ausentes, prácticamente, las labores de corrección (las prisas y la literatura suelen estar reñidas), el Sr. Concejal va desgranando, no obstante, con un humor y una socarronería magistrales (dignos de un nativo de Carabanchel), las pequeñas y grandes miserias de sus distritos. Y aparecen, como no, los grandes temas: la pandemia, la Filomena, los contratos de emergencia, la ayuda a los refugiados ucranianos, el reparto de alimentos a los vecinos necesitados, la gigantesca morgue instalada en el Palacio de Hielo…
Son especialmente desternillantes las descripciones de las reuniones y asambleas municipales y las peripecias en el trato con sus compañeros. Y destaca, por encima de todo, la nobleza con la que trata a los funcionarios y trabajadores públicos que tuvo a sus órdenes.
Un libro revelador y necesario, que pone en contexto la oscura y, a veces, incomprendida, labor de las personas que trabajan, incluso honradamente, en hacernos la vida mejor.
La doctora rumana Ana Aslan se hizo famosa hace ya 80 años con un medicamento que, presuntamente, alargaba la vida. Se decía que gente famosísima lo tomaba y, hasta que la FDA americana no tomó cartas en el asunto, el producto fue un «boom» de ventas.
Hoy día, considerado como fraude «a medias» (se usa aún para estimular el rendimiento cerebral en personas sanas), al Gerovital ya no se le considera, como entonces, el «elixir de la juventud», y la doctora en cuestión cayó en el desprestigio de la publicidad engañosa.
Viene a cuento el asunto por el sensacional experimento realizado en el Laboratorio de Ciencias Médicas de Londres, en colaboración con la Facultad de Medicina Duke. de la Universidad de Singapur. Inyectaron una vez al mes el anticuerpo X203 a ratones de año y medio de edad (el equivalente a 55 años humanos). Dicha sustancia consigue, al parecer, bloquear una proteína denominada interleukina 11, relacionada con el envejecimiento celular. Los resultados fueron un alargamiento de la vida de los ratones en un 25%, además de una disminución de la incidencia de cáncer, una bajada del nivel de colesterol y un aumento de la potencia muscular.
El revolucionario experimento abre una vía de investigación de tremendas implicaciones. Según Jesús Gil, bioquímico del equipo autor del estudio, no hay razones para pensar que los humanos no respondan igual que los ratones. Hay, además, varias compañías farmaceúticas interesadas ya en el asunto (el tratamiento contra el Alzheimer y otras muchas enfermedades están en la diana).
Preocupados desde hace años por la presencia, cada vez más inquietante, de cantidades ingentes de plásticos en la superficie terrestre que, en algunas zonas marinas, se está convirtiendo en un angustioso problema para la flora y la fauna, no apreciábamos la importancia, para la salud humana, sin ir más lejos, de los elementos más pequeños del (reciclable) material.
A saber, se denominan plásticos a todos los fragmentos mayores de 5 mm. Si son iguales o menores de 5 mm se consideran microplásticos. Y nanoplásticos, cuando su tamaño oscila entre 1 y 100 nanómetros (o sea, entre 1 décima y una milésima de micra, que es la milésima parte del mm).
En el organismo, la entrada de plásticos pequeños es un accidente asumible por el tubo digestivo. Como con ese tamaño no atraviesan la barrera intestinal, son expulsados con las heces. Hablo, claro, de los mayores de 5 mm. Pero otro tema es cuando son menores, pues son absorbidos y pueden llegar a las células. De hecho, recientes investigaciones los han descubierto, en cantidades significativas, en las células de numerosos tejidos humanos.
La presencia de micro y nanoplásticos en todos los materiales que nos rodean y en los alimentos que ingerimos es una realidad. Mientras los científicos y los médicos siguen estudiando las patologías que ocasionan y la manera de prevenirlas, no está mal que nos vayamos informando un poco.
Para verificar la relevancia de Roger Willliam Corman, actor, director y productor de cine recientemente fallecido a los 98 años, no hay más que revisar la nómina de autores de relumbrón que comenzaron a trabajar (y que aprendieron) con él: Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Peter Bogdanovich, James Cameron… O recordar los primeros papeles en el cine de Jack Nicholson, Bruce Dern, Dennis Hopper, Robert de Niro, Charles Bronson…
Oscar honorífico por toda su carrera en 2009, el rey de la serie B fue autor de un sinnúmero de películas de terror y ciencia ficción (sus géneros favoritos), aunque tocó todos los palos, desde el western al cine de gánsteres, pasando por el cine social («El Intruso» 1962, «El Viaje», 1967), el histórico («De Sade», 1969) o la comedia («La pequeña tienda de los horrores», 1960).
A él se deben algunos de los títulos más delirantes y estrambóticos de la historia del 7º arte: «Yo fui un cavernícola adolescente» (1958), «El ataque de los cangrejos gigantes» (1957), «Las mujeres vikingo y la serpiente de mar» (1957), «La bestia de un millón de ojos» (1955) o «La diosa tiburón» (1958), son los mejores ejemplos.
Pero, para hacerle cumplida justicia, hay que decir que también fue autor de películas apreciables, como «La matanza del día de San Valentín» (1967), «Mamá sangrienta» (1970), o «El Barón rojo» (1971). Y, por supuesto, es impagable su serie de films de terror basada en obras de Edgar Alan Poe, protagonizadas todas ellas por un eminente Vincent Price: «La máscara de la muerte roja» (1964), «El péndulo de la muerte» (1961), o «La caída de la casa Usher» (1960).
La ingente obra de este genio del cine «de palomitas», se define por sí sola con el título de su autobiografía, publicada en 1990: «Cómo realicé un centenar de películas en Hollywood y nunca perdí un centavo». Y creo no exagerar si aseguro que sin él nunca hubiéramos visto «El Padrino», ni «Uno de los nuestros», ni «Easy Rider», ni «The Last Picture Show» ni «Avatar». Y que Nicholson o De Niro lo hubieran tenido un pelín más difícil.
Nos hizo usted disfrutar. Muchas gracias, Mr. Corman.
(Ante las dificultades para encontrar trailers en español, os pongo decentes versiones de películas enteras)