Las aparición de bolitas blancas, similares a granos de arroz, en unas cuantas playas del sur de Valencia, ha obligado a las autoridades a cerrar 10 km de arenales, los comprendidos entre Gandía y Piles. Mientras se toman muestras y se investiga lo sucedido, el foco está puesto en los microplásticos. Que, por cierto, están de rabiosa actualidad, por los últimos estudios que alertan de su presencia, en elevadas concentraciones, en el cerebro humano.
En una reciente entrada del 6 de junio, un servidor ya se hacía eco de las investigaciones que demostraban la presencia de los dañinos elementos en muchos tejidos humanos. Se creía, hasta el momento, que el cerebro era inmune a ellos, pues el aislamiento con el que la naturaleza protege al sistema nervioso central (la denominada barrera hematoencefálica) parecía hacerle impermeable. Sin embargo, recientes experimentos han detectado importantes cantidades de micro y nanoplásticos en diferentes zonas del encéfalo, e incluso en el interior de las neuronas.
Aquí tienes varios artículos interesantísimos. Haciendo clic aquí, uno de Greenpeace. Y los dos siguientes, dos reportajes aparecidos en El País, que puedes descargar.
Por si fueran pocas las batallas pendientes de resolver en el mundo científico, creacionistas contra evolucionistas, climatólogos contra negacionistas, naturalistas contra terraplanistas, un nuevo frente, que parecía estar estable, se ha reactivado recientemente, con el tremendo descubrimiento de un biólogo de la Universidad de Osaka, Makoto Tachibana, publicado en la revista Nature.
El experimento, basado en la privación de hierro (o la disminución hasta niveles ínfimos) en ratonas embarazadas, ha demostrado que, en un alto porcentaje, se lograba inactivar el gen que determina el sexo masculino en los embriones, apareciendo ratones hembra.
Es el gen «Sry», conocido desde hace 40 años, presente en el cromosoma Y de los mamíferos. Para manifestarse, necesita ciertas condiciones ambientales, entre ellas, y de ahí lo sensacional del estudio, un nivel adecuado de hierro. Si no se llega a ese nivel, el gen permanece inactivo, y por lo tanto, no tiene lugar la aparición de testículos y la consiguiente transformación en macho del animal. Los partidarios de negar a la Genética el dominio abrumador sobre nuestras vidas y destinos están de enhorabuena, pero la guerra no ha hecho más que empezar. Continuará…
A continuación, podéis descargar el artículo de Nuño Domínguez, aparecido en «El País», en el que se comenta de manera exhaustiva el experimento.
Los dos más famosos presos del siglo XX, Nelson Mandela y Pepe Mújica, se convirtieron en símbolos de supervivencia y resistencia política. Ambos llegaron a presidentes de sus respectivos países y, aunque no estuvieron muchos años en el cargo, su legado ha quedado para la historia.
Para definir lo que fue José Alberto Mújica Cordano (Montevideo, 1935 – Montevideo, 2025) hace falta parafrasear a Vargas Llosa, con el título de esta modesta glosa.
El activistay el preso
En sus años jóvenes, formó parte del movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, dedicado a realizar actividades de sabotaje en industrias y a secuestrar empresarios.
Detenido en los años 60, pasó por varias cárceles, entre ellas, la prisión de máxima seguridad de Punta Carretas, protagonizando, en septiembre de 1971, la fuga más multitudinaria de la historia, en la que escaparon nada menos que 106 internos (figura en el libro Guinness de los récords).
En 1973 fue apresado nuevamente y confinado en una celda de aislamiento, en la que pasó 12 años (hasta 1985). La película «La noche de 12 años» (Álvaro Brechner, 2018), recrea fielmente este hecho.
El político
Al salir de la cárcel, se integró en el Frente Amplio, una coalición de partidos cuyo objetivo era terminar con el monopolio de los tradicionales partidos nacionales Blanco y Colorado. Después de ser diputado, senador y ministro, fue elegido presidente entre 2010 y 2015. Se retiró de la política en el 2020.
Su labor gubernativa estuvo marcada por la legalización del consumo del cannabis, la aprobación del matrimonio homosexual y la legalización del aborto, aunque, como él mismo reconoció, las enormes resistencias de los poderes fácticos le impidieron ejecutar reformas de más calado, como la ley de educación, que era uno de sus grandes objetivos.
La persona
Difícil es separar al hombre del político, por el ejemplo de vida que ofreció hasta su muerte. Vivió con humildad y predicó siempre la vida austera, como solo Diógenes (en la antigua Grecia) había sabido hacer. De hecho, el 90% de su sueldo lo donaba a organizaciones contra la pobreza infantil, y el resto lo ahorraba para construir una escuela pública en su barrio.
Figura inigualable e irrepetible, su lucha contra el consumismo y su humanismo radical, le convirtieron en el principal adalid del movimiento contra el cambio climático y en líder de la política antiglobalización.
Mario Vargas Llosa era un genio. Quién ponga esto en duda, tiene un serio problema. No solo de gusto literario, sino de simple apreciación humana. Y que los humanos tenemos claroscuros es un hecho insoslayable.
El escritor
Reconozco que no he leído todas sus novelas. Sí he tenido el inmenso placer de haber terminado muchas. Entre ellas, sus grandes novelas históricas (mi género favorito): «La fiesta del chivo», «Tiempos recios» y «El sueño del celta». Las que yo llamaría «de ambiente costumbrista» también me gustaron mucho: «Conversación en La Catedral», «El héroe discreto» y «Lituma en los Andes». Y no olvido tampoco el placer de haber devorado «La tía Julia y el escribidor», «Elogio de la madrastra» y «Travesuras de la niña mala», relatos de base autobiográfica. Pendientes tengo «Pantaleón y las visitadoras» (vi, no obstante, la excelente adaptación cinematográfica), «La ciudad y los perros» («Los cachorros» me encantó) y «Cinco esquinas».
Sin embargo, con letras de oro y en mayúsculas, yo destacaría «La guerra del fin del mundo», un fresco histórico sobre la rebelión de Canudos, en el Brasil de 1896, con un desfile de personajes memorables, la descripción despiadada de la miseria y la desesperada lucha por la dignidad de los que creen en las utopías imposibles. Es una de las mejores novelas que he leído nunca, y mi recomendación más encarecida para quien no haya tenido el gusto.
La persona
Peruano universal, sin pelos en la lengua y siempre indómito y políticamente incorrecto, su ideología fue variando con el tiempo, de marxista juvenil a conservador «liberal» (según él). Últimamente solía significarse como feroz anticomunista. Sin embargo, también era profundamente anticlerical y antimilitarista. Sus posiciones a favor de la legalización de la drogas y los anticonceptivos le convirtieron en un personaje peculiar y controvertido. Y su militancia como demócrata radical, oponiéndose firmemente a cualquier tipo de dictadura le hacían, en resumidas cuentas, difícil de catalogar.
Mujeriego irredento, llevó mal la fama en sus últimos años, a pesar de haber buscado afanosamente la gloria literaria, cosa que consiguió, con el Nobel y la entrada en la RAE y en la Academia Francesa.
Personalidad desbordante, carisma indudable, imaginación y creatividad desenfrenadas, construyó un lenguaje, rico pero claro y comprensible a la vez, lleno de modismos de su tierra en las novelas de ambiente peruano y con un castellano torrencial y expresivo, tanto en sus escritos periodísticos, como en el resto de sus textos literarios.
Os dejo (haciendo clic aquí) un fragmento de «La guerra del fin del mundo», de la página web de «La Casa del Libro». Y, si queréis abundar en la vida y milagros del hombre en cuestión, la charla que dio Jaime Bayly en la presentación del libro «Los genios», sobre la polémica relación entre Vargas Llosa y García Márquez. Descanse en paz, genio irrepetible.
La mejor receta para luchar contra los negacionistas, los conspiranoicos y los terraplanistas (especímenes del mismo coeficiente mental) es este documental de Al Gore, que en el año 2006 consiguió 2 oscars de la Academia de Hollywood y constituye un demoledor alegato en contra del calentamiento global y a favor de la ecología y la conservación de la fauna y la flora en nuestro planeta.
En este oscuro tiempo del Antropoceno, en el que las catástrofes naturales se vuelven cotidianas, voces como las del ex-candidato a la presidencia americana se convierten en imprescindibles. El film, por cierto, ha tenido, más recientemente, en 2017, una segunda parte, también muy recomendable: «Una verdad muy incómoda: Ahora o nunca», dirigido por Bonni Cohen y Jon Shenk.
Sorpresa, y gorda, ha sido el primer puesto del podio de este año, ante la manifiesta superioridad de 5 de sus rivales en número de nominaciones. Película, dirección, guion original, actriz principal (una semidesconocida Amy Madison) y montaje, para un 5 de 6 espectacular.
«Anora» es la historia de los amoríos entre una prostituta americana y un inmaduro y millonario joven ruso. Una visión indie (casi punki), con innegables influencias de Tarantino (incluso de Guy Ritchie), de la historia de Cenicienta (o de «Pretty Woman»). Ahí está el vídeo de esta extraordinario film, comedia de acción más que novela romántica, en la que la protagonista se come la pantalla y gana, con justicia, el oscar, ante rivales de más enjundia).
Las otras ganadoras
3 premios de 10 posibles se llevó «The Brutalist», la ficticia biografía de un arquitecto judío, huido de la Europa de los nazis, que encuentra la protección de un millonario mecenas en los EEUU. Curioso que Adrien Brody gane su segundo óscar por un papel muy similar al del primero («El pianista»). Las otras estatuillas fueron para fotografía y banda sonora.
«A real pain» fue la pequeña triunfadora de lo noche, si un oscar de una nominación significa un 100% de éxitos (que va a ser que sí). Cuenta el viaje que realizan dos primos a Polonia, para visitar el campo de concentración donde estuvo internada su abuela. Es una película con un estupendo guion, que bien podía haber optado a premio. Kieran Culkin está magnífico, pero ya practicó el mismo papel en la aclamada serie de TV «Succession», con lo cual el mérito es, quizás, relativo.
La pedrea
La mejor película del año, «Emilia Pérez», obra maestra del cine musical e impresionante «tour de force», que expone una disparatada historia de manera fastuosa, solo se llevó 2 de los 13 oscars a los que estaba propuesta. Carla Sofía Gascón, en un excelso trabajo, podía haberse llevado el premio a la mejor interpretación secundaria (si hubiera estado nominada en esa categoría), del mismo modo que Zoe Saldaña, más protagonista que su compañera, hubiera sido dignísima ganadora del principal (si la Academia le hubiese requerido para ello).
«Wicked» y «Dune: Parte 2», se repartieron premios técnicos. La primera, precuela de «El mago de Oz» es musicalmente brillante (Cynthia Erivo hace gala, una vez más, de su tremenda voz). La segunda destaca por sus escenas bélicas, pero aburre en su faceta histórica-filosófica.
«La sustancia», primera incursión del cine «gore» y desagradable en los Oscar, cuenta con una correcta (sin más) interpretación de Demi Moore (estaba mejor en «Ghost», pero allí ni la nominaron). El miedo a envejecer, en forma de excesiva tragedia griega, solo se llevó el galardón a los mejores efectos de maquillaje.
Mención aparte merecen las 2 últimas películas con premios de consolación, pues son dos premios importantes. «Cónclave» se llevó el de mejor guion adaptado (aunque estaba nominada en 8 categorías). Es la historia de la reunión de cardenales durante el período de «sede vacante», pero contada en forma de «thriller».
«Aún estoy aquí» fue la mejor película internacional. La pongo en la pedrea porque tenía otras 2 nominaciones, aunque en Brasil no aceptarían que no figurase entre las grandes triunfadoras. Fernanda Torres no hubiera desentonado en el palmarés, pues borda el papel de mujer de un antiguo senador desaparecido en tiempos de la dictadura.
Las perdedoras
La gran derrotada de la noche fue «Un completo desconocido», biografía de Bob Dylan en sus primeros pasos en la música y en su oscilante deambular entre el folk y el rock. Impecables trabajos de Timothy Chalamet (el mejor del año, con permiso del protagonista de «Las vidas de Sing Sing») y de Mónica Barbaro (en el papel de Joan Báez). Y, por supuesto, emocionantes canciones (interpretadas excelentemente por los propios actores) que ponen los pelos de punta.
Dejo para el final un par de films que han pasado algo desapercibidos, quizás por su falta de distribución y/o publicidad.
«Los chicos de la Nickel» cuenta la escalofriante historia de los malos tratos en un reformatorio para adolescentes conflictivos. Apreciable falso documental, está lastrado, quizás, por un abusivo uso de la cámara subjetiva y un desmesurado montaje.
«Las vidas de Sing Sing» es la sentida narración de las actividades de un grupo de teatro en una cárcel de máxima seguridad. Emotiva y desgarradora, cuenta con un eminente Colman Domingo como protagonista, y unos cuantos presos que no son actores profesionales no porque no lo merezcan, sino por sus desgraciadas circunstancias personales.
No sé si existe un nombre para este ser que acaba de nacer. Si se trata de una quimera o un híbrido, es algo que se me escapa. Los científicos de Colossal, una empresa dedicada a resucitar animales extintos (muy parecida a InGen, el ficticio negocio del inefable John Hammond en «Parque Jurásico» (Michael Crichton, 1990, ver entrada dedicada), no ocultan su intención de resucitar mamuts o elefantes lanudos, los remotos antepasados de los elefantes.
De momento, por el camino, han creado una especie nueva. Al roedor tan majete de la foto lo han denominado «ratón lanudo» y es producto de haber insertado a ratones normales siete genes de mamut relacionados con el crecimiento y el color del pelo.
El genoma del mamut es muy similar al del elefante asiático y procede de fósiles, extraordinariamente bien conservados, descubiertos al haberse descongelado el permafrost siberiano debido al calentamiento global. El biólogo de Harvard George Church, uno de los fundadores de Colossal, sostiene que es posible recuperar a los remotos proboscídeos e integrarles en hábitats parecidos a aquéllos que les vieron vivir. La iniciativa cuenta con donaciones millonarias de famosos como Thomas Tull (productor de la película «Jurassic World») o Paris Hilton.
Posiblemente sea injusto que en el país que presume, y con razón, de tener todos los récords de donaciones y de trasplantes de órganos del mundo mundial, este señor sea (haya sido) un gran desconocido.
Ha muerto, a los 88 años de edad, James Harrison, con esa cara de bueno (la foto es de hace 7 años, del día de su última donación) con la que paseó su generosidad toda su vida.
El «hombre del brazo de oro», como le llamaban en la Cruz Roja australiana, comenzó a donar plasma en 1954, cuando tenía 18 años y mantuvo esa costumbre hasta los 80 años, edad a la que legalmente ya no está permitido.
Solo por esa trayectoria ya merecería un premio de la prestigiosa ONG o de su ciudad natal, como ciudadano ejemplar, pero es que su sangre, además, era valiosísima, pues poseía anticuerpos anti-D, decisivos en el tratamiento de la incompatibilidad Rh. En esta enfermedad, una mujer Rh- (que tiene anticuerpos anti-Rh producidos por un embarazo previo) provoca la destrucción de los hematíes del segundo niño (si éste es Rh+). Sobre todo al final (período en el que hay un gran contacto entre las sangre de madre y feto), el destrozo de los glóbulos rojos del futuro vástago puede ser letal y, cuando no lo es, el recién nacido puede nacer con graves malformaciones.
Los anticuerpos anti-D bloquean la proteína «extraña» en los hematíes del feto y así el sistema inmunitario de la madre no la detecta, lo que impide que los destruya con sus propios anticuerpos. En fin, cosa que parece ininteligible, pero que, si queréis, os explica el siguiente artículo.
Volviendo a James Harrison, hay que decir que en el 2005 fue reconocido como el mayor donante de sangre del mundo, con 1173 extracciones realizadas («padecidas», porque tenía miedo a las agujas). Ese número es espectacular, pero mucho más lo es el cálculo de los médicos (pediatras y hematólogos): unos 2,4 millones de bebés han logrado sobrevivir gracias a la sangre de este hombre extraordinario.
Una muerte plácida, mientras dormía, en una residencia de ancianos de Sidney, se antoja magro premio para su inmensa labor. Descanse en paz, persona buena y generosa.
Cuando los grandes del cine clásico desaparecieron (el último, Kirk Douglas), los cinéfilos nos agarramos a los que habían sido nuestro ídolos cuando éramos quinceañeros: Dustin Hoffman, Al Pacino, Robert de Niro, Jack Nicholson …
Hackman quizás no formara parte de ese escogido grupo de dioses consagrados, puede que por una carrera no tan espectacular como la de ellos, pero siempre mantuvo unas cualidades interpretativas, sin ningún género de dudas, superlativas.
Muerto en lamentables circunstancias, en estado de abandono, parece ser que no se enteró (tenía demencia) del fallecimiento de su mujer, días antes. El actor californiano, de 95 años, retirado del cine desde hace 20 años, había encontrado, en la escritura, la afición perfecta para un jubilado famoso.
Debutó tarde en el cine, a los 30 años, y fue gracias a un Warren Beatty ya consagrado que consiguió su primer rol importante, en «Bonnie and Clyde» (Arthur Penn, 1967). Beatty le había conocido en «Lilith» (Robert Rossen, 1961).
La fama, sin embargo, no le llegó hasta 1971 con su «Popeye» Doyle, el policía violento y racista de «The French Connection». La película, dirigida por William Friedkin, fue galardonada con 5 oscars (entre ellos, el de mejor película) y supuso su primera estatuilla. Ahí tenéis el vídeo de la famosa escena, rodada en Nueva York, del coche que persigue al metro.
Después de este thriller, se hartó de trabajar, y, en los siguientes años protagonizaría inolvidables títulos, como «La aventura del Poseidón» (Ronald Neame, 1972), para mi gusto, la mejor película de catástrofes de la historia (¡que no se me enfaden los fans de «Titanic»!), «Muerde la bala» (Richard Brooks, 1975), que supuso su primera incursión en el western, y «La conversación» (Francis Ford Coppola, 1974), en un extraordinario trabajo, dando vida a un extraño y meticuloso experto en escuchas telefónicas. El film obtuvo el Gran Premio en el Festival de Cannes. Ahí están dos vídeos más: el primero es un documental en el podemos oír al actor describiendo pormenores del rodaje (se aconseja seleccionar los subtítulos en español y quitar los ingleses). En el segundo, Harry Caul soporta como el traductor automático de subtítulos destroza el castellano (casi mejor no configurarlos).
El cine de superhéroes le reservó también un papel. Hizo de Lex Luthor (el malo oficial de la franquicia), en «Superman» (Richard Donner, 1978). Él y Marlon Brando fueron los reclamos en taquilla, pues Christopher Reeve era desconocido, y Margott Kidder, casi. Repetiría en «Supermán II» (Richard Lester, 1980).
Años después, en «Arde Mississippi» (Alan Parker, 1988), dio vida a un policía honrado y socarrón que investiga la desaparición de tres activistas por los derechos civiles en el profundo sur. Un rol, por cierto, que recuerda al que hizo Sidney Poitier en «En el calor de la noche» (ver entrada dedicada a Norman Jewison).
Del resto de su carrera tengo que destacar 2 obras de Clint Eastwood (como sabéis, correcto actor, extraordinario director): «Sin perdón» (1992), obra maestra del western, y uno de los mejores de la historia (con permiso de John Ford), y «Poder absoluto» (1997), notable thriller, en el que interpreta a un corrupto y machista (¿os suena de algo?) presidente americano. Termino con vídeos de ambas. Sirvan de despedida a un inolvidable Gene Hackman.
Como buen aficionado a la ciencia ficción, estoy enganchado a «The Expanse», la estupenda serie de Prime Vídeo. El eje central de la trama (lo que los cinéfilos llamamos el «macguffin») es la existencia de la denominada «protomolécula», un arma de destrucción masiva que puede cambiar el destino del universo.
La similitud terminológica no es el único punto de contacto entre el «novelón» televisivo y el experimento que nos ocupa. Algún científico habla ya de la posibilidad de encontrar esas «protocélulas» en otros planetas.
Pero vayamos por partes. Desde hace muchos años se ha convertido en habitual, entre los químicos más bien, pero también entre los biólogos, el término «caldo primordial», que define a una mezcla de agua, nitrógeno, metano y amoniaco que, sometida a descargas eléctricas, produce nucleótidos esenciales para la formación de las proteínas (Stanley Miller, 1953).
Hasta ahí, todo bien. Pero el tema ahora ha cambiado, y de manera exponencial. En San Sebastián, un equipo liderado por el geólogo español Juan Manuel García Ruiz (Sevilla, 71 años), en el que ha colaborado su colega alemán Christian Jenewein, ha localizado, reeditando el experimento de Miller (cambiando solo, al parecer, el material del recipiente original, que era de vidrio, por el teflón) unas estructuras, como vesículas (ver imagen de arriba)), que encierran los elementos fundamentales.
Pero nos surgen las dudas (que también tienen, por cierto, los autores del estudio): ¿Se pueden considerar seres vivos a esos ladrillos? ¿Son solamente productos químicos? ¿Dónde estaría el límite, es decir, cuál sería el origen de la vida?
Los creacionistas hablarían de los límites entre lo divino y lo humano. Los científicos argumentan ahora que las diferencias entre la vida y la «no vida» es cada vez más imprecisa. Los seres vivos son células, pero la química que las origina, que da lugar a la aparición de los aminoácidos no es vida (al menos, no todavía).
¿Es arriesgado denominarlas «protocélulas»? Pues hombre, teniendo en cuenta que el británico Robert Hooke ha pasado a la historia de la ciencia como el «descubridor de las células» (por identificar, en 1665, lo que no eran sino celdas que habían encerrado células) , bien se puede hablar en esos novedoso términos sin temor a que la posteridad nos excomulgue.
Y, por supuesto, la connotación del potencial destructor de la ficticia «protomolécula», queda descartada. Y fuera películas. De momento, je, je.
Haz clic aquí, para acceder a un completo artículo sobre el tema.